Metálogo del benteveo

Partiendo de estimulantes lecturas de Gregory Bateson, Guillermina Espósito comparte reflexiones antropológicas sobre la experiencia personal de la «enseñanza en casa» con su hija de 6 años, en estos días de aislamiento obligatorio. Suma además breves reflexiones en relación a las formas de aprendizaje, el lenguaje y la escritura en la infancia.

Hija: Papá, ¿cuánto sabes?
Padre: Bueno, mi cerebro pesa alrededor de un kilo y supongo que de él uso una cuarta parte – o sólo un cuarto de su eficiencia-. Así que digamos un cuarto de kilo, es decir, una libra.
Hija: ¿Y por qué no usas los otros tres cuartos de tu cerebro?
Padre: Verás, el problema es que yo también tuve profesores. Y llenaron alrededor de una cuarte parte de mi cerebro con niebla. Y luego leí los diarios y escuché lo que otra gente decía, y eso llenó una otra cuarta parte con niebla.
Hija: ¿Y la otra cuarta, papá?
Padre: Oh, eso es niebla que yo mismo me produje cuando trataba de pensar.

Gregory Bateson, 1972, Pasos hacia una Ecología de la Mente

Charlando hoy con una querida colega de Misiones, le contaba que una de las formas que tomó la cuarentena en nuestra casa, fue la de haber convertido el comedor en un pupitre para las clases que de lunes a viernes le damos a nuestra hija. Diez días antes del comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio que decretó el gobierno el 20 de marzo a causa del covid, con sus seis años recién cumplidos, nuestra hija había comenzado su primer grado. La reacción de Brígida vía whatsapp fue: “Re copado! Antropología en casa! Metálogo!”. Su comentario entusiasta me llevó a recordar la introducción de “Pasos hacia una Antropología de la Mente” de Gregory Bateson, que debía hacer unos veinte años que no leía, y pensé en la invitación del Museo a escribir una Antropología desde casa, que en este pequeño escrito toma la forma de una Antropología en casa.

 En la primera parte de aquellos textos fundamentales, Bateson recrea un diálogo de preguntas y respuestas entre él y su hija, a través de las cuales nuestro clásico reflexiona sobre una diversidad de temas como los hábitos, el instinto, la objetividad, el orden y el desorden, las relaciones o los cromosomas. Estos metálogos tratan sobre estos y otros temas, pero también, justamente, sobre el diálogo mismo, en un ejercicio de metalenguaje acerca de cómo se lleva adelante una comunicación, sobre por qué se instalan ciertas ideas y otras no, y qué queda de ello al fin y al cabo.

 Al haber empezado primer grado, las clases que le damos a nuestra hija son de alfabetización; le estamos enseñando a leer y a escribir. Y también le enseñamos aritmética y geometría, y los contenidos que desde la escuela clasifican en ciencias sociales y ciencias naturales. Y música, gimnasia e informática. Pero ella está básicamente aprendiendo a leer y a escribir, y como madre antropóloga y padre sociólogo estamos inmersos en una especie de fascinación de observación participante en torno a uno de los procesos más complejos para la organización del pensamiento humano.

Nuestras clases son, por vicio del oficio, una especie de metálogo. Están mediadas por reflexiones que toman la forma de juegos, preguntas, algunas respuestas, charlas y también anécdotas, como cuando le dije que cuando termine la cuarentena iríamos a Unquillo (la ciudad pegada a la nuestra), y ella respondió: “¿Al quillo donde viven Adriana y Ludmila o a otro?”. Estallé en una carcajada cuando insinuó la existencia de varios quillos. Pero también me apenó que mi explicación le limitase la extensión de su imaginación. Unquillo. Unquillo, y todo lo que esa des-borradura pudiese borrar.

            El conocimiento es mediado y organizado entre otras cosas por el lenguaje, y entre los recursos que usamos para la representación y la comunicación, destaca la autoridad de la escritura: la escritura abre a nuevas formas de representación. Y esto, paradójicamente, en estos días de alfabetización se me figura como limitante. La escritura también se revela en esta coyuntura como un recurso distribuido de modo desigual: ¿cómo transcurre la alfabetización de un niñx de primer grado que vive en una villa miseria sin acceso a tecnología ni internet?; ¿cómo naturaliza la incorporación del castellano un niñx cuya lengua no es de igual modo legítima?

            Muchas preguntas irrumpen en medio de la fascinación, el desconcierto y el cansancio de estos días. Muchas de estas preguntas me las formulo en torno a la escritura, desde las estimulantes coordenadas propuestas por Jack Goody. El encanto burgués de poder estar acompañando a nuestra hija en este proceso transcurre con un dejo de nostalgia anticipada, cuando temo que letra tras letra, la actitud mágica hacia las palabras propia de su oralidad, vaya dando lugar a un uso reflexivo de los conceptos y la materia que la alejen de los mundos extraordinariamente fantásticos donde transcurren sus días. Y que un día desaparezcan sus preguntas fundamentales, y no pueda escuchar nunca más: “¿Má, por qué el benteveo sólo tiene la oportunidad de cantar benteveo? Por qué no puede cantar otra cosa?”

 Pero pienso que en su pregunta, en las palabras que eligió para formularla, emerge una interrogación fundamental, que abre la posibilidad de cuestionar un mundo que ya se le empieza a figurar descolocado. Y la incertidumbre que nos habita estos días, empieza a tener un contorno que nos permite seguir imaginando que otros mundos son efectivamente posibles.


Por Guillermina Espósito
Antropóloga de IDACOR- Museo de Antropología de la FFyH de la UNC.

Scroll al inicio