Granizo y la disputa por el saber climático

El estreno de la última película de Netflix rodada en Argentina aborda problemáticas que nos tocan de lleno como habitantes de este mundo en llamas: ¿Cómo conocemos nuestro clima? ¿Qué lugar nos toca en la relación entre poder y ambiente? Granizo puede ser leída desde la antropología del clima como un recordatorio para advertir que entre el cielo y la tierra transcurre la vida social.

Escena de la película, con Franchella debajo una mesa, protegiéndose del granizo

La película Granizo narra la historia de la caída y levantamiento de Miguel Flores (interpretado por Guillermo Francella), un meteorólogo estrella de la televisión argentina conocido como «el infalible», por llevar veinte años ininterrumpidos de pronósticos exitosos y muy apreciados por el público. Después de su anuncio a toda pompa de una noche despejada, cae un intenso granizo que malogra el mundillo de la gente de Buenos Aires y despierta su rechazo hacia el presentador. Alertando de spoilers, profundicemos un poco más en la trama.

Miguel se encarga de recordar constantemente que él tiene una fuerte formación científica y que construye sus propios pronósticos gracias al uso de sistemas computarizados, conocimientos académicos y una vasta experiencia. Se lo muestra entre pantallas Apple, mapas y gráficos en el departamento de alta gama que comparte con su pareja; y nunca sabemos muy bien el por qué de su error de cálculos, aunque sugiera al pasar que sería un efecto del cambio climático global.

El canal obliga a Miguel a tomarse vacaciones y lo reemplazan en el set por quien era su secretaria en pantalla. Atormentado, humillado y repudiado por quienes lo vieron brillar, Miguel huye a la ciudad de Córdoba para reencontrarse con su hija. La relación entre ambxs nunca fue fluida, aparentemente por haber vivido la traumática muerte de la madre de ella, azotada por un rayo que Miguel no supo predecir. Entendemos por qué él abandonó su Córdoba natal en busca de la maestría en la advertencia sobre la atmósfera.

En Córdoba, Miguel conoce a un serrano llamado Bernardo: un hombre de edad que bebe grapa, usa una suerte de poncho derruido y sólo habla para dar las indicaciones precisas del comportamiento del clima del día.

Gracias a un pronóstico de Bernardo, Miguel recupera su prestigio.
Con una sencilla búsqueda por internet podemos acceder a variadas críticas cinematográficas.
Desde mi experiencia investigando en antropología del clima desde Córdoba, en estas líneas invito a retener algunas de las preguntas que Granizo nos presenta desde esta perspectiva.

Género, poder y clima

La antropología del clima es un creciente campo de estudios dentro de la antropología que se encarga de estudiar y comprender las relaciones entre grupos humanos y fenómenos atmosféricos. La preocupación por el clima ha estado presente de muy diferentes maneras a lo largo del desarrollo histórico de la disciplina, pero actualmente está teniendo mayor peso. Gran parte de las ciencias y del interés público se han volcado a entender y enfrentar el cambio climático global en los últimos años, y la antropología no es una excepción

Siguiendo los principios más básicos de la disciplina, las variables que considera la antropología del clima surgen de la comprensión del «punto de vista nativo», generalmente definido a partir de los métodos de la etnografía. Los colectivos -cuyas relaciones interesan a lxs antropólogxs- van definiendo de qué modo el clima se entrama en su vida social: sea a través de la economía, la política, la salud, el trabajo, la religión, el género, el conocimiento, etc. 

Así, la antropología del clima muestra que la relación que los colectivos humanos construimos con los fenómenos atmosféricos no está determinada por las condiciones ambientales. Cada colectivo tiene su historia, sus dinámicas internas y sus modos de vincularse con aquellos que considera diferentes a sí mismo. Lo que conocemos como “naturaleza”, “ambiente” y “clima” son categorías que funcionan del mismo modo, y la manera en que nos relacionamos con ellas es increíblemente rica y diversa.

Lxs antropólogxs nos encargamos de registrar estas relaciones, intentar comprenderlas dentro de la forma específica que tienen de operar y analizarlas de modo tal que nos permitan abordar problemáticas sociales más amplias junto a otrxs colegas y sectores interesados de la sociedad. Como retomamos de Granizo, una de estas relaciones es el conocimiento social sobre el clima. No sólo podemos preguntarnos cómo conocemos el clima, sino que también podemos revisar cómo se relacionan entre sí las diferentes maneras de conocerlo.

Pensemos en la película. Podemos observar que hay personas específicas a quienes se les reconoce la capacidad de prever qué pasará con el clima: Miguel y Bernardo. ¿Quiénes son? ¿Qué las caracteriza? ¿Quiénes les dan relevancia? ¿Qué relación tienen con otros especialistas? Investigaciones como la de María Inés Carabajal sobre el funcionamiento del Servicio Meteorológico Nacional, o la de Renzo Taddei en la comunicación climática entre meteorólogos y campesinos en Brasil, han profundizado en estas preguntas.

Tanto Miguel como Bernardo son varones cisgénero que encarnan masculinidades tradicionales y median los sesenta años. Sin embargo, una carrera universitaria y especialmente una larga trayectoria televisiva le otorga al primero un reconocimiento enorme por parte de todo su público. Esto es así al punto de que tantas personas confían acciones y objetos de gran valor en la palabra de Miguel. Y, cuando el pronóstico no funciona, toda esa carga valorativa le es arrojada en su contra.

Y en Bernardo sólo se fijan otros dos varones: el barman que le vende grapa y Miguel. Finalmente, será este último quien usará su propia legitimidad climática para legitimar al serrano. Si nos atenemos estrictamente a la cinta, es necesario ser ese tipo de humano para generar conocimiento sobre el clima que sea socialmente considerado válido. Pero eso no es todo: los atributos más hegemónicos del formado, prolijo, eurodescendiente y carismático Miguel juegan a favor de su posición de decidir quién puede ser oído.

¿Es necesario que un único individuo sea quien genere el conocimiento? ¿Ese individuo no podría, por ejemplo, ser una mujer? Aunque la presentación de los pronósticos climáticos en la televisión latinoamericana suele estar a cargo de mujeres jóvenes, el lugar de éstas está marcadamente ridiculizado en Granizo desde el personaje de “la secretaria”. Se sugiere que sus atributos no serían la generación y comunicación del conocimiento ambiental, sino cierta capacidad para entretener y erotizar a lxs televidentes.

A ella se la retrata ocupando ilegítimamente el privilegiado espacio de Miguel, gracias a su vínculo sexual con un productor. El contraste entre el perrito que la secretaria lleva a todos lados -en contacto permanente con su pecho- y el pez que acompaña a Miguel en una pecera o una bolsa con agua, pero nunca toca, subraya esta visión aséptica y contemplativa (“científica”) que el meteorólogo guardaría con lo “natural”: distancia y admiración. Es esta visión la que entra en conflicto con la llegada de Bernardo.

Un fetiche nacional

Quizás no sepamos por qué falló el pronóstico de Miguel en primera instancia, ni tampoco por qué siempre funciona el de Bernardo, pero sí sabemos que son radicalmente distintos. La historia de Miguel no sólo nos mueve de los días soleados a las noches de tormenta, sino que muestra un viaje del personaje hacia lugares cada vez más alejados de la Capital Federal en una especie de incursión hacia lo “auténtico”.

Escena de la película, con el obelisco nevado de fondo

De la civilización inhumana a lo cálidamente humano: de la Buenos Aires de la efímera fama y el departamento exclusivo, a la ciudad de Córdoba de la que partió hace tantos años para alojarse en la casa de clase media de su hija. Ella es una profesional con un trabajo socialmente considerado virtuoso (tanto en lo moral como en lo técnico): médica pediatra en un hospital público. Separada de las expectativas que caen sobre su vida sexoafectiva -como ser madre o tener una relación estable, heterosexual y monogámica-, la hija muestra un modo de vida donde los prejuicios son combatidos en búsqueda de vínculos críticos, la propia libertad y una autonomía bienintencionada.

De lo hogareño a los límites con lo salvaje: desde Córdoba Miguel viaja hacia aquel misterioso paraje escondido en “las sierras”. Allí un hombre vive solo y andrajoso, resguardado entre pertrechos y bebidas de la mejor tradición gaucha. No tiene corriente eléctrica, no usa linterna ni velas. Duerme de noche, anda de día. Lleva a Miguel por la tierra, esquivan ramas espinosas. Su presencia es desprolija y orgánica, y su relación con el paisaje se muestra íntima y cómoda. No sabemos de su vida romántica, no parece socializar, sólo sabemos que dedica sus días al pequeño ritual climático.

En una inversión de su retorno derrotista de Buenos Aires a Córdoba, en la periferia de la periferia Miguel encuentra una “verdad” con la que regresar a la metrópolis. Como Moisés bajando del Monte Sinaí con las tablas de los Diez Mandamientos, el meteorólogo heroico renueva los aires viciados de la relación turbia entre los porteños y su ambiente. Y como en las Sagradas Escrituras, no sabemos en Granizo cómo esa información fue generada ni por qué funcionó de ese modo.

Contraste claro con el universo de la formación académica, las computadoras y los procesos técnico-científicos del pronóstico de Miguel, de los modos de Bernardo solo tenemos a un señor arrodillado en la tierra, mirando o chupando un “muñeco Jack” que apela a la nostalgia de cierto público y subraya por el ridículo el asunto al que me refiero: el fetichismo en su definición más clásica, la adoración o fascinación por un producto aislado del proceso que lo hizo existir.

Bernardo se comunica con muñecos industriales que acompañaban golosinas algunas décadas atrás. Los introduce en una serie de operaciones que remiten a esta autenticidad de lo orgánico y montaraz: la tierra, las espinas, la saliva. La relación esencial entre las rocas y cada provincia argentina, así como el total del territorio nacional plasmado en ese mapa diseñado en la tierra siguen la misma lógica del fetiche, aunque la cinta no la ponga en duda.

Brotada del monte, la Argentina aparece allí entera y mística. Curiosamente no se menciona que para ser tal sufrió un proceso previo, histórico, que incluyó la violencia y pretendido exterminio de los pueblos originarios que habitaron y habitan, por ejemplo, las sierras de la actual Córdoba. Y es que la nación funciona en Granizo como un todo extractivo: algunos aportan la materia prima y otros disfrutan su provecho. Las sierras otorgan la “verdad natural” sobre el ambiente y, gracias a un valiente y virtuoso intermediario que se llevará los laureles, Buenos Aires puede prever la catástrofe.

Bernardo sólo se lleva la traición y una invitación al reconocimiento que despreciaba y en un último pase cómico repentinamente acepta de buen grado peinándose para las cámaras. Al parecer, él conocía el procedimiento correcto para pronosticar el clima, pero no debíamos fiarnos en que sepa qué hacer con eso. Fue Miguel quien decidió por él. Al fin y al cabo, Bernardo pareciera ser una versión de Miguel: apasionado por el clima y en vías de descubrir las mieles de la fama porteña. ¿Otra oportunidad para recomenzar la civilización?

¿Y nosotrxs qué?

Los dedos de una mano ya no alcanzan para contar las décadas que diversos investigadores en las ciencias de la atmósfera vienen advirtiendo a diestra y siniestra que un cambio climático está afectando severamente nuestro planeta. Su relación con los modos de producción industrial es cada vez más clara. Entender cómo se genera el conocimiento climático, cómo circula y por quiénes, y qué efectos tiene en las prácticas y discursos de los colectivos humanos es una tarea de suma relevancia en el mundo contemporáneo.

Una pregunta atinada iría más o menos así: ¿por qué desoímos a quienes reconocemos como los conocedores legítimos del clima? Si nuestro mundo cotidiano fuese como la Buenos Aires de Granizo, y confiáramos en lxs especialistas como lxs ciudadanxs se amparan en Miguel, quizás otro futuro socioambiental sería posible. O quizás la figura más interesante sea Bernardo, entregado a su vínculo místico y nacional con la tierra y el plástico.

A mi entender, la hija semihuérfana -de mal carácter y con una tonada controvertidamente afectada-, representa mejor el lugar que muchxs solemos ocupar en este juego. Desinteresada por el clima y volcada a ocupaciones que percibe más urgentes: un niño enfermo, un acosador en su puerta, un padre que maternar. El granizo le cae lejos, pero ella ocupa un lugar central en la trama ya que gracias a permanecer en Córdoba, Miguel y Bernardo tienen la oportunidad de conocerse.

Algo de la insistencia de la hija en habitar como se puede ese territorio, esa casa indeseable, nos recuerda que no hay otro refugio donde ir. Queda en nosotrxs atender a otros modos de conocer el ambiente que habitamos, escuchar otras voces inesperadas. Pero ¿quiénes somos “nosotrxs” y quiénes lxs “otrxs”? La antropología del clima nos ayuda a comprender cómo nos vinculamos con estos fenómenos y cómo desplazamos otras maneras de hacer y conocer la atmósfera. En esta crisis ambiental y global, ya no es una opción confiarle nuestro mundo a Guillermo Francella.

Por Mariano Bussi

Doctorando en Cs. Antropológicas (UNC), becario en el Instituto de Antropología de Córdoba (Museo de Antropologías de la UNC – IDACOR -CONICET)

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