La aridez se convierte en «mito»

La investigadora Cecilia Argañaraz desarrolló una tesis doctoral donde reflexiona sobre las regiones áridas de Catamarca desde las ciencias sociales. La investigación forma parte de una agenda de trabajo que lleva adelante el Núcleo Naturaleza-Cultura del Instituto de Antropología de Córdoba – Museo de Antropologías de la UNC. Este espacio reúne a un grupo de personas dedicadas a explorar las relaciones de diversos grupos humanos con lo que se suele llamar “naturaleza”.

“Tiempos imaginados y espacios áridos: controversias en torno al agua en San Fernando del Valle de Catamarca (siglos XIX y XX)” es el título de la tesis que fue presentada como trabajo final del doctorado en Estudios Urbano Regionales. Una formación que es una iniciativa conjunta entre la Universidad Nacional de Córdoba y la Bauhaus Universität de Weimar, Alemania.

La cuestión de las sequías, la abundancia o escasez de agua y las formas en que diversas poblaciones convivieron con los regímenes climáticos (en Catamarca y en otras regiones) es uno de los temas que explora el Núcleo Naturaleza-Cultura del IDACOR, desde diversos enfoques y con distintas técnicas.

En ese marco, Cecilia Argañaraz centró su trabajo en San Fernando del Valle de Catamarca, en un período de tiempo relativamente reciente: los siglos XIX y XX, hasta 1969.

“Gracias a una doble formación como licenciada en Antropología y profesora de Historia, ambas en la UNC, pude realizar una investigación antropológica, pero de corte documental. Así, trabajé con fuentes escritas con el objetivo de rastrear situaciones de conflicto vinculadas al agua. Los documentos fueron seleccionados con un criterio particular: el de buscar argumentos. Me interesaba trabajar con textos donde los sujetos tuvieran que explicarse ante otros, disputar, defender posturas”, señala Argañaraz.

La investigadora explica que esta forma de trabajo, denominada por el sociólogo francés Bruno Latour como “rastreo de controversias”, resulta útil para estudiar relaciones con elementos cotidianos, que a menudo pasan desapercibidas o son naturalizadas. “Normalmente no discutimos acerca de agua, excepto que ocurra algo problemático: sequías, inundaciones, contaminación, conflictos de reparto, etc.”, precisa.

Dar lugar a lo inesperado

“Una característica fundamental de la investigación antropológica es dar lugar a la sorpresa, a lo inesperado, a lo incómodo: las palabras que leo, estos cientos de documentos, no pueden ser usados como datos para responder a una pregunta puramente ‘mía’, puramente de lxs investigadorxs. La apuesta de nuestra disciplina es que, por el contrario, esas otras personas a las que estudio puedan decirnos algo que no estamos buscando, quizás algo útil para pensar en nosotros mismos o en nuestro presente”, explica Argañaraz.

Una de estas sorpresas inesperadas tuvo que ver con la aparición frecuente de declaraciones acerca de Catamarca como una región “condenada” por su aridez, condenada a la pobreza y al atraso en la “carrera de la civilización”,un término que aparece a mediados del siglo XIX.

“Términos como ‘atraso’, ‘adelanto’ o ‘progreso’ pueden parecer obvios en nuestro vocabulario cotidiano, pero no lo son tanto cuando comenzamos a estudiar el pasado. Son palabras que aparecen en un momento específico del tiempo. En el caso de Catamarca, desde 1870”, cuenta Argañaraz.

La investigadora señala que lo curioso de su caso de estudio es la idea de una región condenada a fallar en esta “carrera de civilización” por la falta de agua. “Algo así como una meritocracia ambiental, en la cual además la aridez se asociaba a la condición moral de la población: ‘mentes áridas, campos áridos’, reza un titular de diario del año 1876”.

Todas estas evidencias condujeron a la investigadora a explorar cómo se da en Catamarca un proceso peculiar, que ocurre en muchos lugares del mundo a lo largo de los últimos dos siglos: la creación de una forma lineal de mirar el tiempo y a la vez, el espacio.

“Los espacios se convierten en ‘atrasados’ y ‘adelantados’ y por lo tanto ya no conviven unos con otros ahora, en el presente, sino que clasificamos a nuestros vecinos de Catamarca, Buenos Aires o Paraguay como si estuvieran ‘antes’ o ‘después’ que nosotros en el tiempo”, subraya.

La antropología como disciplina ha estudiado esta lógica de pensamiento aplicada a los grupos humanos: los “salvajes” o “primitivos” que por más que existan aquí en el presente son considerados pasado, relicto, resto arqueológico viviente.

“Pensando de esta manera, se anula la posibilidad de proyectarlos en el futuro, excepto como ‘integrados’ o ‘extintos’, dos formas en las que su alteridad desaparece”, dice Argañaraz.

Atraso y aridez

En el caso de Catamarca, la investigación señala que la idea de “atraso” estaba estrechamente ligada a la idea de “aridez”. “Quise comprender entonces cómo habían imaginado los catamarqueños ese mundo árido en los dos últimos siglos, cómo convivieron con ese imaginario de ‘condena’, si lo han resistido o desafiado, qué posibilidades de futuro imaginaron para ‘el norte seco’, como suele aparecer nombrado en los documentos”.

En primer lugar, la investigadora exploró cómo había sido concebida el agua a lo largo del tiempo: cómo llegó a transformarse en “recurso escaso” y de qué otros modos fue concebida.

“Los catamarqueños del siglo XIX usan la categoría de ‘inmemoriales’ para referirse a sus prácticas de distribuirse el agua y lidiar con la sequía. En los juicios por agua, esta inmemorialidad debía ser probada por las partes, recurriendo a entrevistas con ancianos y a documentos. En el derecho de la época, si se puede probar que ‘algo siempre fue así’ es muy posible que se logre que siga siendo así. Esta idea me resultó interesante para pensar en que naturalizar una forma de relación con el agua es una práctica política”, cuenta Argañaraz.

El derecho al agua

Otra cuestión relevante para la investigadora es la asociación en estos juicios entre derechos al agua y “sacralidad” de los territorios, particularmente los poblados. Los pueblos son espacios consagrados (a vírgenes o santos), y esto es importante a la hora de reclamar “superior derecho” al agua que propietarios rurales o hacendados.

Esta controversia del “superior derecho” de los pueblos por sobre los regantes, los productores, continuará apareciendo en diferentes formas.

“Creo que es uno de los temas más interesantes para pensar conflictos actuales por el agua en la región, especialmente cuando, al igual que en aquellos tiempos, vuelve a ponerse en cuestión la supremacía de la propiedad individual de la tierra y de la generación de riquezas como base jurídica de los derechos al agua”, señala la investigadora.

El agua como grado de civilización

Luego de este recorrido, la investigación analiza qué ocurre en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se acelera el flujo de materialidades y actores vinculados al proceso de modernización y a la constitución de un Estado-Nación con influencia territorial real.

El trabajo señala que en las últimas décadas del siglo XIX la cuestión de la pureza del agua está en el centro de muchos debates. Por una parte, como agente peligroso y contaminante (en el marco de la epidemia de cólera de la década de 1870); pero por otro lado como agente higiénico y terapéutico y como un referente del grado de civilización de las ciudades.

“Es interesante que en este momento la impureza del agua es al mismo tiempo una metáfora de la impureza del cuerpo social y una forma de recreación de desigualdades. De la misma manera, la posibilidad de purificar el agua, en el caso de Catamarca fuertemente asociada a la acción del Estado, también se piensa como un desafío civilizatorio, de domesticación de los elementos ‘impuros’, pobres y ‘salvajes’, del cuerpo social”, apunta Argañaraz.

La posibilidad de efectuar estas operaciones de civilización/domesticación de aguas y personas depende de un montaje de materialidades y personas. La investigación destaca el rol de los ingenieros porque junto con ellos llegan y se instauran (de manera disputada) una serie de prácticas bastante novedosas: planos, memorias descriptivas, cómputos métricos, presupuestos, formas de convertir el territorio en números y en documentos que pueden, efectivamente, ser leídos por el Estado.

“Esto puede parecer una obviedad, pero la novedad que significa y las relaciones de poder que moviliza no son insignificantes: hasta el momento en que la ingeniería hace su aparición, el flujo de agua se medía en marcos, una medida relativa que sólo tiene sentido para repartir el agua, y hay poquísimos planos. Volver al territorio plano y número es una práctica que transforma las relaciones de poder y los vínculos con el agua: la escasez deja de ser motivo de disputa entre actores para pasar a ser una “condición objetiva”, cuenta la investigadora.

La aridez se convierte en “mito”

El trabajo muestra que entre los años 1874 y 1922, esta aridez ahora convertida en número y combatida (sin mucho éxito) con obras de riego, se convierte en el eje de la pregunta por el futuro de la región.

Con una minería local quebrada por el abandono del Estado nacional y una agricultura condenada por la escasez de agua, Catamarca se consolida en ese período como un espacio periférico.

“En este contexto, la aridez toma la fuerza de un mito que organiza las relaciones con el mundo, que permite pensar el pasado, el futuro y la identidad de gentes y espacios. Esta idea aparece en los documentos y hacia el año 1950 comienza a ser combatida por otra: la mística de los diques”, narra Argañaraz.

Así, los diques aparecen como nuevo horizonte de posibilidad para las regiones áridas, pero también refuerzan una continuidad importante: son la condensación y representación de la fuerza del Estado-Nación para “corregir los errores de la naturaleza”, una idea que aparece en distintas regiones del mundo en ese momento.

El trabajo señala que recuperar las discusiones específicas del lugar es particularmente fructífero para pensar en el presente de la región: hasta hoy, las ciudades aparecen como espacios de “derroche” del agua, recurso que, en cambio, destinado al riego resulta “productivo”.

“En contraste con el argumento de superior derecho de los pueblos y con la idea de las ciudades como ejes de la civilización que primaron en otros momentos, la emergencia de los diques coincide con un desplazamiento de los espacios y actores protagonistas de este progreso, hacia lo rural y hacia la producción. La legitimidad de distintas prácticas de riego también se pone en cuestión, en el marco de discusiones acerca de qué campesinos son ‘legítimos’ y dignos de esta nueva agua mediada por las grandes infraestructuras”, explica la investigadora.

Mientras, los ríos siguen siendo calificados de “rebeldes” y resistiéndose a permanecer dentro de los límites que las obras establecen para ellos: crecen y arrasan con diques o defensas; merman y continúan amenazando sequías.

El agua discurre por caminos en lugar de canales, es robada, “derrochada”, limpiada y vuelta a ensuciar por las crecidas.

Circula, en resumen, entre múltiples actores que se la disputan a través del tiempo.

“Siguiendo este hilo, la investigación ha intentado tejer un relato en el que personas, territorio y agua se entrelacen mutuamente, preguntándonos siempre desde qué coordenadas, lógicas y esquemas es posible imaginar un futuro común”, concluye Argañaraz.


Área de Comunicación del Museo de Antropologías de la UNC.

Fotos: cedidas por la investigadora Cecilia Argañaraz
Núcleo Naturaleza-Cultura del Instituto de Antropología de Córdoba – Museo de Antropologías de la UNC.

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