Monocromø: poemas sexualmente diversos

Gastón Malgieri presentó su libro “Monocromø” el jueves 30 de junio, en el Museo de Antropologías. El poeta estuvo acompañado por Eduardo Mattio – Doctor en Filosofía y Director del Centro de Investigaciones de la FFyH – y la actriz Maura Sajeva, quien le puso el alma y la voz a algunos de los textos que incluye este poemario en blanco y negro. O como precisa Mattio en sus palabras, Malgieri expresa en Monocromø «la intensa y singular modulación de una voz marica que deserta de los lugares asignados por los protocolos identitarios y afectivos que a menudo gobiernan a quienes nos pretendemos sexualmente diversos o disidentes».

Publicado por el sello independiente Kintsugi Editora, el escritor y fotógrafo Gastón Malgieri le dio la bienvenida a este nuevo poemario, que cobija en papel una voz que desnuda una identidad propia, con heridas y deserciones. 
Durante la presentación se escucharon las palabras enviadas en un audio de la antropóloga y poeta Florencia López. También se pudo disfrutar de la declamación de algunos poemas seleccionados, en la voz sentida de la actriz Maura Sajeva. Y uno de los momentos más emotivos fueron sin dudas las palabras escritas y leídas por Eduardo Mattio, que compartimos aquí, de manera completa.

Monocromø

Como viene ocurriendo con el trabajo poético de Gastón Malgieri, este reciente poemario expresa la intensa y singular modulación de una voz marica que deserta de los lugares asignados por los protocolos identitarios y afectivos que a menudo gobiernan a quienes nos pretendemos sexualmente diversos o disidentes.
Eso no significa que el autor se proponga perfilar expresamente una identidad “clara y distinta” en la que se puedan reconocer ciertas características específicas: su libro, quede bien claro, no establece el contorno de lo que significa o no ser marica. Muy por el contrario, la voz marica que Gastón viene modulando, la sutil feminidad que encarna, no denota una condición definida o definitiva; parafraseando a Halperin, ser marica es más bien una forma de percibir, una actitud, un ethos… la homosexualidad, la gaytud, la putez —o como se prefiera nombrarla— es, desde esta perspectiva, una práctica encarnada, una cultura de la que se participa, un modo alternativo y disidente de subjetivarse. Y no es que Gastón quiera expresar esa voz como quien porta una pancarta; la voz, su voz, más bien, se hace, se despliega, se tensiona involuntariamente en cada una de las páginas del libro construyendo una experiencia que a muchas nos aloja. Verso a verso va proponiendo una fenomenología de aquellas desobediencias que muchas veces encarnamos sin pretenderlo. En este caso, la voz marica, la identidad que fluye en su cadencia, es un registro de un sinnúmero de deserciones. Lo marica, en su caso, como en Monique Wittig, es una forma de supervivencia que se edifica a fuerza de evasiones.

Teniendo eso en mente, me gustaría partir del poema nro. 12 de Monocromo como una clave de lectura de todo el poemario. Allí, esa voz femenina que, como dice Camila Vazquez, “monta una escena” a lo largo de todo el texto, esa dramática querella marica que el poemario escenifica, a esa altura del poemario se detiene para dar cuenta de una vida que se autopercibe como desfasada, como temporalidad anacrónica, diría Heather Love, como un estilo de la carne que llega tarde a todas las tendencias, que no encaja, que no concita atención, sino más bien el desdén con el que se mide a los derrotados. Rendida a ese experiencia de lo rezagado, de lo que está fuera de lugar, a destiempo de las modas y de las novedades, la voz de Monocromo se monta, como le gustaría a val flores (2021), como una vida en diferido, que hace del fracaso marica del tiempo el motivo de una discreta est/ética del desacato. En ese marco, esa identidad marica que Malgieri compone no es, como diría flores, “una evidencia cultural y política”; es más bien “una narrativa, un relato, una historia” (p. 110). Un modo prófugo de habitar el mundo que se exilia de todas las convenciones.

En efecto, en el relato que se secuencia fragmentariamente a lo largo de las páginas de Monocromo, la voz poética testimonia diversas formas de la huida  preventiva, de la ausencia que resguarda, del desapego calculado. La voz se dice, nos dice, le dice al otro —al amante al que se dirigen varios de los poemas— que llegar a ser esa que se es, es resultado de retirarse, de apartarse, de alejarse, de emigrar. Solo esos desplazamientos parecen asegurar que se pueda volver una vez más sobre la carne “para la que no hay lenguaje suficiente” (p. 16). En esa larga tradición marica de “pases de factura” que van del De profundis de Oscar Wilde a las sentidas canciones de la Lupe, la voz singular de Monocromo abandona relaciones “tóxicas” como quien huye de lxs depredadores, se exilia de las mentalidades provincianas como quien se sustrae de los lugares comunes, convencida de que dar a otros su ausencia es su único gesto valioso. No obstante, ese recuento de evasiones no pretende redención alguna, no sabe de auto-reconciliación definitiva: “Es este mi inventario/de nicotina:/la posibilidad de derribar un muro/y que del otro lado/no haya nada más que fuego” (p. 23).

En efecto, en esa deriva marica que el poemario describe no hay lugar para el descanso: aunque se ansía reposar en lo minúsculo, aunque se intenta el resguardo que promete lo rutinario, “reclamando volver/al grado cero de la deriva” (p. 38), hastiada de prudencia y de silencio, la marica del texto se hace extranjera de toda nomenclatura, para ir detrás del exceso, para exiliar y resguardar el propio deseo. La noche y el tabaco son testigos de su autoexamen infinito e inconducente: “voy desmembrándome/por los rincones de la casa/lamentando haber estado amarrada… escribo para vos/una carta impronunciable/pidiéndome disculpas” (p. 38). Pero también las noches atestiguan la inminencia de los placeres solitarios: las manos se inventan un cuerpo con el que gozar. Hay así algo que conjura los fantasmas, que se parece a la fe: hay noches en que el deseo se revela como “una armadura que jamás podrá oxidarse/ni siquiera/ante la persistencia de la fétida melancolía de dios” (p. 40).

En Feeling Backward, Heather Love (2007) nos recuerda la reiterada afirmación lacaniana de que el amor es imposible, de que no hay relación sexual: “que la sexualidad está constituida por el fracaso y por la imposibilidad más que por la complementariedad y la plenitud”. La autora norteamericana acuerda con eso, pero subraya que algunos amores son más fallidos que otros. No por nada hay una insistente asociación entre el deseo homosexual y el fracaso, la pérdida y la imposibilidad. Eso no revela algo esencialmente fallido en los deseos homoeróticos; más bien da cuenta de condiciones históricas en las que la inviable complementariedad es aún menos posible. Algo de eso se trasluce en Monocromo cuando la voz marica da cuenta del daño que supone la deriva amorosa marica: “Una/lo primero que aprende de un depredador/es la estafa lírica de su desasosiego” (p. 57). En esa tesitura, solo la espera nos provee una arma apropiada; solo contamos con nuestros dientes afilados y nuestra mirada enrojecida: “Una aprende/antes que el nombre propio/a esperar/a que el rocío evapore/para fugarse a tiempo/de la caricia que antecede a la estampida” (p. 58).

Esta “erótica de la sustracción”, de nuevo cito a val flores (2021), son indicio de una “temporalidad dañada” que el poemario repone. En esa experiencia de la daño, a contrapelo de los triunfalismos sexodiversos a la moda, “persiste —nos dice flores— la reverberancia de nuestros traumas, la melancolía de nuestros cuerpos ausentes, las conversaciones con las ausencias, las cicatrices del pasado, que ninguna ley puede extirpar” (p. 108). Así, en el poema 14, la voz marica sabe del peso de la “anomalía”, la que otrxs cargan sobre nuestrxs hombros, la que no nos pertenece y se arrumba como “un zorro moribundo… /en el hospicio de las bestias inservibles” (p. 51); una anomalía ajena, impuesta, a la que la voz marica también renuncia. En ese mismo poema esa temporalidad dañada no sólo se cose de los dolores con que la vida nos arropa; archiva también la temporalidad de otros sentimientos luminosos: “Quisiera, en cambio,/hablarte de esa/madrugada que compartimos/detenerme en la percusión de la lluvia/sobre la chapa de tu patio de pueblo/volcarte la boca sobre el pecho/y no emitir sonido alguno” (p. 52). En efecto, la interdependencia que nos define, diría Butler, se pone en juego con esa doble valencia: nuestra condición humana está tan expuesta al daño ajeno como a los placeres compartidos.

Por esas imágenes y figuraciones infinitas que el poemario acopia, por el horizonte monocromo —aunque no monocorde— que se precisa en la insistencia fugitiva, por esa voz marica que en estas páginas se reitera y se sustrae, este libro habilita una experiencia en la que nos encontramos y nos extrañamos. Por esa emoción que nos permite, solo nos queda agradecer y desear otrxs muchxs lectorxs.

Texto: Eduardo Mattio
Doctor en Filosofía y Director del Centro de Investigaciones de la FFyH – UNC.

Fotos: Diego Ruiz
Irina Morán – Area de Comunicación Museo de Antropologías.

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