El campo de la Bioarqueología posibilita conocer, entre otras cosas, acerca del crecimiento y envejecimiento de las poblaciones antiguas. Algo nos anticipa el Dr. Leandro Luna, invitado a participar del IV Taller Nacional de Bioarqueología y Paleopatología que se desarrolló en Córdoba la semana pasada.
¿Cuál es la probabilidad de que un esqueleto pertenezca a un individuo masculino o femenino? ¿Cuál es la probabilidad de que tenga tal edad y no otra? Fueron algunos de los interrogantes planteados y discutidos en IV Taller Nacional de Bioarqueología y Paleopatología que se llevó a cabo la semana pasada en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, Pabellón Venezuela.
Antes de su conferencia magistral sobre “Estimadores osteológicos del sexo y la edad. Estado actual y perspectivas de su aplicación en Argentina”, Leandro Luna, Doctor en Arqueología, investigador del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas y docente de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), nos cuenta acerca de los procedimientos que se utilizan actualmente para conocer acerca de los seres humanos a través del estudio de sus huesos y dientes. “Decir que un individuo tiene entre 25 y 30 años es inviable desde el punto de vista biológico, ya que no es posible arribar a ese tipo de detalles a nivel osteológico”, ejemplifica.
Es que el campo de la Bioarqueología en el país viene creciendo y profundizando sus investigaciones desde hace al menos un cuarto de siglos. “Estamos en un proceso de avance”, revela el investigador pero advierte que es necesario trabajar más. En los últimos años se han comenzado a conformar ostetecas, es decir, muestras de restos humanos contemporáneos con información sobre el sexo, la edad y la causa de muerte de los individuos y “empezamos a tener en Argentina muestras para trabajar sobre nuevas temáticas”, detalla. En otras palabras, “es como si fuese una recopilación de los datos del DNI”, explica, y a partir de esas muestras, “podemos generar información de base que nos permita saber cómo es nuestra población argentina, cómo vamos creciendo y cómo vamos envejeciendo, a partir del estudio de los esqueletos”, completa.
Por otro lado, hablamos de restos óseos y dentales humanos que tienen interés arqueológico y que merecen ser relevados, estudiados y conocidos. El investigador lo explica así: “La posibilidad de generar datos locales es muy importante para después poder utilizarlos hacer mejores estimaciones de sexo y edad de las comunidades locales”.
“Lo que me interesa destacar es que tenemos el potencial para avanzar, tenemos las muestras, los conocimientos y la capacitación académica que está al mismo nivel de otras universidades del mundo. No estamos atrás en eso, pero si en aplicaciones metodológicas puntuales y generación de cosas nuevas locales. Me parece que tenemos que avanzar por ahí”, declara.
Otro de los temas que el investigador considera fundamental es el abordaje articulado e interdisciplinario con otras áreas que completan y enriquecen las investigaciones. “Con odontólogos, biólogos, médicos y especialistas en estadística, estamos empezando a avanzar hacia análisis más complejos y detallados, sinceramente, los bioarqueólogos no estamos capacitados para trabajar sobre estos temas en forma aislada, sin interacción con otras especialidades”, reflexiona.
Presupuesto para ciencia al fondo
Respecto a la situación laboral diaria de becarios e investigadores del CONICET cuestiona que la comunidad científica se acostumbre a trabajar con recursos económicos escasos y aclara categóricamente: “No es un aspecto positivo trabajar sin el dinero suficiente”.
“En los últimos años estamos muy preocupados porque hay un fuerte proceso de deterioro de los presupuestos para ciencia a todo nivel, y realmente, no veo buenas perspectivas a futuro, por lo menos en el corto plazo”, lamenta Luna.
Al respecto, comenta el arqueólogo sobre la dificultad, por ejemplo, que se presenta a la hora de incorporar tecnología en los estudios bioarqueológicos. “Acceder a un microtomógrafo es costoso, no tenemos el dinero para acceder a esos dispositivos”, reprocha, y además agrega: “Es poca la información que se recaba con una sola tomografía porque nuestras preguntas son poblacionales, antropológicas, y necesitamos muestras de gran tamaño para definir tendencias. Debido a los costos tan altos, eso hace que no podamos abordar todavía la problemática a fondo”.
Según Luna, participar del Taller es “una forma de visibilizar lo que hacemos y de mostrar que seguimos existiendo y que seguimos haciendo cosas no solamente para nuestro reducto de bioarqueólogos sino también para la sociedad en general”. Además, recuerda el primer Taller que se hizo en el año 2012 sin financiamiento alguno: “Fue increíble. Pudimos lograr un taller que después se repitió varias veces y estamos muy contentos porque se nota que van a continuar más allá de los pobres financiamientos”.
Para finalizar, el especialista destaca: “Una de las cosas que nos nuclea es la pasión por lo que hacemos, entonces vamos a seguir trabajando aunque no tengamos dinero. Tenemos que ponerle el pecho a las balas ante el contexto de disminución presupuestaria en el que estamos inmersos”.
*Por María Eugenia Lunad Rocha (Área de Comunicación del Museo de Antropología. UNC).