El jueves 18 de septiembre a las 17:30 h, el Museo de Antropologías de la UNC será escenario del conversatorio “Fotoperiodismo y Memoria: imágenes que narran nuestro tiempo”. La actividad reunirá a fotoperiodistas que, desde su trabajo en la calle, han documentado la violencia estatal, las resistencias y los recalmos colectivos en democracia. En ese marco, se invita a participar a Alejandra Morasano, fotógrafa de Página/12; 421 ; y socia de ARGRA, cuyas imágenes resultaron claves para la reconstrucción del ataque contra el reportero gráfico Pablo Grillo, baleado sobre el cráneo durante la marcha de jubilados en Plaza de Congreso, Ciudad de Buenos Aires, el 12 de marzo de 2025. Su intervención es parte de los conversatorios propuestos en el marco de la muestra fotográfica Tomás Barceló Cuesta.

Foto: Susi Maresca.
Junto a colegas y especialistas cordobeses como Irma Montiel, Ezequiel Luque, y Miguel Robles —con la moderación de Mariana Mandacovich, Secretaria General del Cispren—, Morasano compartirá sus fotografías y experiencia en un espacio pensado para reflexionar sobre el rol del fotoperiodismo en tiempos de protocolos represivos y hostigamientos hacia la prensa.
La actividad, organizada de manera conjunta por el Cispren, La Tinta, la Fundación Tania Abrile, Ediciones Recovecos, la FCC y el Instituto de Antropologías de Córdoba (IDACOR) y el Museo de Antropologías de la FFyH – UNC, se llevará acabo en el marco de la muestra sobre la obra del fotógrafo cubano-argentino Tomás Barceló Cuesta, actualmente expuesta en el Museo de Antropologías, en un cruce entre imágenes, reflexiones y un presentes de luchas.
A pocos días de su visita a Córdoba, en esta entrevista, Alejandra Morasano habla sobre el rol social del fotoperiodismo, los cuidados en contextos represivos, los riesgos que supone el oficio siendo mujer y a la vez madre, junto al valor y la necesidad de testimoniar una época.


La fotografía y su función social
—¿Qué función social considerás que cumple el fotoperiodismo en la Argentina actual?
Con todas las reformas y los ataques en simultáneo que vienen del gobierno de Milei, noté que mucha gente directamente se saturó y dejó de informarse. Eso también me empujó a salir a la calle con la cámara, para llevarles información, aunque más no sea a las personas de nuestro entorno. La función social es un poco la de siempre, con desafíos que van cambiando. Por ejemplo, el hacerlo de forma precarizada y aislada, en un contexto de medios donde las redacciones ya casi tampoco existen. Si viviera sólo del fotoperiodismo, actualmente no podría llegar a fin de mes, pero aun así muchas veces decido cubrir algunos acontecimientos por motivación personal, por militancia, por compromiso con lo que está pasando. A veces sentimos que nuestras fotos sólo circulan en nuestro nicho y que el algoritmo nos encierra en un loop de fotógrafos, pero basta que alguien las comparta para que lleguen a otros ojos.
—¿En qué medida tu cámara se convierte en una herramienta de memoria y resistencia?
El fotoperiodismo es prueba, es denuncia. Como en la reconstrucción que permitió identificar al cabo Héctor Jesús Guerrero, el gendarme que le disparó a Pablo Grillo, que fue posible gracias al trabajo colectivo del Mapa de la Policía, a partir de fotos y videos que aportamos fotoperiodistas pero también ciudadanos.
Lo mismo en el caso de la nena gaseada por el policía Cristian Rivaldi, que se pudo identificar a partir de una imagen del fotógrafo Cristian Pirovano. A Rivaldi le tomé una foto, apenas minutos después de gasear a la nena, riéndose con otros policías. La fotografía es memoria, para que no olvidemos quiénes ejercen la violencia, de qué forma y con qué disfrute. Y creo que con trabajos como el que viene haciendo el Mapa de la Policía volvemos a confirmar la importancia que tiene la fotografía como documento histórico.
—En tiempos de protocolos represivos, ¿qué significa para vos salir a cubrir una protesta social?
Salgo a intentar mostrar lo que pasa porque confío en que, en algún momento, a alguien le va a hacer ruido, le va a interpelar lo que está viendo. Y es una forma de estar expuesta a la verdad de lo que realmente pasa: ver cómo ocho policías pisotean a una piba o tironean a un jubilado, cómo arrancan los desmanes, cómo disfrutan del poder momentáneo de un uniforme y un gobierno desaforado.
El plan general de este gobierno es generar aislamiento y desinformar al pueblo. Para eso buscan silenciar al periodismo y nos atacan puntualmente. Pero también nos damos el debate entre compañeros porque no debemos ser nosotros la noticia. Es “basta de represión a la prensa” pero es “basta de represión”, en general.

—¿Cómo gestionás esa tensión que se produce entre la necesidad de registrar y el riesgo personal que eso implica?
El miedo pasa por el cuerpo, no es gratis, y se van sumando como capas a medida que pasa el tiempo. Primero era miedo a ser gaseada, después a una bala de goma, en un momento apareció el miedo a que te revienten la cabeza. Y siempre está el pánico a que te rompan la cámara de un palazo o te bañen con el hidrante, como me pasó a 15 días de comprar mi último equipo. A la semana siguiente detuvieron a dos trabajadoras de prensa y no se sabía de ellas. Ese miedo va escalando y se traslada a tu familia, que está en tu casa.
Ahí es donde te podés paralizar, pero si lográs salir de eso, son esos segundos donde tenés que decidir muy rápidamente qué tanto acercarte, qué tanto sacrificás o te exponés o resignás por ese miedo. En realidad ese miedo es una forma de memoria inconsciente o consciente de cuidado.
Y encima, a eso se suma lo realmente incómodo del equipo: la máscara, las antiparras, el casco, la credencial, la correa de la cámara, la mochila. Siento que me asfixio. Pero lo sigo haciendo. Y tampoco es menor el dato de que todo ese equipamiento de protección, al igual que la cámara, lentes y demás, salen de nuestros bolsillos de fotoperiodistas freelance.


Imágenes para reconstruir la verdad
—¿Cómo viviste la cobertura de la marcha de jubilados del 12 de marzo de 2025, donde las fuerzas de seguridad dispararon sobre la cabeza del fotógrafo Pablo Grillo?
Ese día fue muy intenso. Y yo ya estaba algo nerviosa antes de salir. De hecho, ese mismo día compré máscaras y antiparras para mí y para Rocío Bao, porque presentía que iba a ponerse feo. Dejé el auto a varias cuadras, y al llegar había un clima tranquilo, con hinchas cantando junto a los jubilados. Al rato nos avisaron que ya estaban reprimiendo del otro lado de la plaza. Rocío aspiró gas, así que tuvimos que asistirla porque, claro, nunca habíamos usado una máscara antigas y nos las habíamos puesto mal.
Cuando se recompuso, nos sumamos a un grupo de fotoperiodistas sobre la vereda de la plaza, al costado del grupo de gendarmes que disparó a Pablo, con Policía Federal también disparando gases y balas de goma y motorizada también amedrentándonos en la vereda. Aun siendo sólo prensa, nos gasearon y nos mojaron con el hidrante, claramente para que no registráramos lo que estaban haciendo. Trabajar con máscara y antiparras es realmente molesto, se empañan, falta aire, pero es necesario. Por momentos hay que dejar de hacer fotos para asistir a colegas o a quien tenés al lado.


Mientras las distintas fuerzas avanzaban despejando la plaza, me dispararon un balinazo de goma en la pierna, en medio de la corrida. Más adelante, sobre Avenida de Mayo, quedamos escondidos en la puerta de un edificio con cinco o seis fotógrafos, resguardándonos de los disparos; ese día incluso tiraron balas de goma hasta por la peatonal Florida. Recorrimos desde Congreso hasta Plaza de Mayo, ida y vuelta, y la cantidad de detenidos y el nivel de violencia por parte de las fuerzas fue brutal.
Tuve mucho miedo, sí, pero también sentí la solidaridad y el cuidado que se da en la calle en estos contextos, no solo entre colegas. Es moverse acompañado, cuidándonos entre nosotros, y eso da un poco de esperanza en medio de tanta violencia.

—¿Qué lugar tuvieron tus imágenes en la reconstrucción de los hechos, en la identificación del gendarme Héctor Jesús Guerrero y en la búsqueda actual de justicia en el caso de Pablo Grillo?
En un momento yo estaba fotografiando al grupo de gendarmes y policías que reprimía sobre la calle Yrigoyen, sin saber que le habían disparado a Pablo, y tomé al cabo Guerrero segundos después de dispararle a Grillo, volviendo con el grupo.
Me enteré minutos después de lo de Pablo y recién cuando salió el primer informe del Mapa de la Policía me di cuenta de que tenía fotografías que coincidían con ese momento. Pidieron que quienes tuvieran imágenes de esos minutos las enviaran, así que esa noche, después de dormir a mi hija, me puse a revisar una por una las fotos.
Cuando vi toda la secuencia, me temblaba el cuerpo. Me dio mucho miedo. De hecho, estuve una semana sin voz. Pero automáticamente mandé las fotos al Mapa de la Policia y empecé a contactar a colegas que habían estado ahí, para que también revisaran sus fotos, por si les había pasado lo mismo. Terminó siendo un aporte a la reconstrucción y a la identificación del gendarme, pero al principio no sabía ni dónde ni cuándo había sido lo de Pablo, estaba ahí registrando el accionar de las fuerzas.

Foto tomada por Alejandra Porasano, que ayudó a identificar al cabo Guerrero en el caso de Pablo Grillo, en el trabajo colectivo que realizó el Mapa de la Policía.
—¿Por qué es importante documentar la violencia estatal?
En un contexto donde hay medios de comunicación que también son cómplices para silenciar una situación o para hacer operaciones, para mí es clave documentar y visibilizar la violencia institucional de forma colectiva porque si no lo hacemos, estos hechos quedan impunes.
La fotografía sirve para mostrar lo que el gobierno intenta ocultar: los golpes, las provocaciones, el goce con hacer daño y maltratar a jubilados, estudiantes, desempleados. Cada foto es una forma de denunciar, y cada foto hace más difícil que puedan ocultar los atropellos que están cometiendo. Cada foto es también un llamado de atención para que no naturalicemos este grado de violencia proveniente del Estado, de sus más altas esferas. Es generar archivo y mantener viva la memoria colectiva. Registrar la represión es, al mismo tiempo, un acto de resistencia y una acción de defensa de nuestros derechos.

Ser madre y fotoperiodista
Alejandra Morasano es, además de fotoperiodista, madre de una niña muy pequeña. Desde ese lugar, reflexiona sobre los riesgos y las motivaciones a la hora de salir a registrar escenarios conflictivos:
“Quienes maternamos –o tenemos personas a cargo– no disponemos de la misma flexibilidad ni del mismo margen de riesgo, se vuelve evidente enseguida. Personalmente, yo venía de militar en una colectiva de mujeres artistas durante los últimos años del macrismo, haciendo intervenciones en el espacio público, y sentí la necesidad de poner el cuerpo desde otro lugar. Ese impulso me llevó a inscribirme en ARGRA, buscando herramientas para narrar lo que estaba pasando.
Fui aprendiendo en paralelo a ser mamá y fotorreportera. Y ambas cosas se potencian: así como siento que ser madre me dio más fuerzas para salir a la calle, también me generó una necesidad muy fuerte de mostrar y denunciar lo que pasa, porque no quiero que mi hija crezca en un país así de cruel y violento”.

Hostigamiento y resistencia
—Durante el gobierno de Javier Milei, ¿hay algo que haya cambiado en tu forma de fotografiar?
Sí, tuvimos que afinar las estrategias de cuidado: según la marcha pienso cómo viajar, qué llevar, con quién encontrarme. Si empiezan a reprimir, mantengo cierta distancia y le comparto inmediatamente mi ubicación en tiempo real a mi compañero. Siempre intento cubrir acompañada, o al menos cerca de colegas. El cuidado entre colegas se dio de forma natural en este contexto, por puro “instinto de supervivencia”, digamos.
Este es un gobierno que baja la línea de hostigar, insultar, perseguir y reprimir a la prensa, a periodistas y fotoperiodistas. Hay un continuo ataque a la prensa, desde diferentes ámbitos, comenzando por un presidente que repite que “no odiamos lo suficiente a los periodistas”. Pero eso trasciende y llega al daño físico, a la represión mientras hacemos nuestro trabajo. Pablo Grillo sigue en un estado de salud muy delicado, a seis meses de que le dispararan. Rodrigo Abd, reportero de guerra que ganó dos Pulitzer, tiene el tímpano dañado luego de que un chorro del hidrante le diera de lleno en la cabeza y lo tumbara.
Más allá del ataque puntual a la prensa, hoy veo mucha violencia institucional generalizada, en la calle con las fuerzas represivas y en los discursos de los candidatos, legisladores, funcionarios y aliados del gobierno, comenzando por el propio presidente. Pero esta situación también originó mucha resistencia y cuidado colectivo.

En diálogo con la obra de Tomás Barceló Cuesta
Alejandra Morasano viajará a Córdoba y disertará el 18 de septiembre, a las 17:30 h, en el Museo de Antropologías de la UNC, dentro del conversatorio “Fotoperiodismo y Memoria: imágenes que narran nuestro tiempo”. Su intervención se realizará en el marco de la muestra fotográfica Tomás Barceló Cuesta.
“Viendo sus fotos, leyendo sus textos, las entrevistas que le hicieron, me fue imposible no emocionarme” – expresa Alejandra Morasano al hablar sobre la obra de Barceló Cuesta. “Hay en su trabajo una sensibilidad muy honesta, una mirada atenta y comprometida que atraviesa lo documental para convertirse en memoria viva. Me impactó cómo sus imágenes logran sostener, al mismo tiempo, la ternura y la crudeza, el dolor y la dignidad. Sentí que cada foto guarda una parte de su historia, pero también una parte de quienes fueron retratado, así como esa porción del tiempo y lugares que habitó. Esa conjunción lo vuelve un testimonio necesario, pero también un legado humano y poético. Creo que tanto su mirada, como la mía, buscan ir más allá del registro inmediato para mostrar no sólo lo que pasa, sino también que invita a detenernos en las huellas humanas y emocionales de lo que retratamos. En su obra veo ese compromiso de dar testimonio, y en mi trabajo intento lo mismo, desde mi propio espacio, tiempo y contexto”.

Texto: Irina Morán – Área de Comunicación – Museo de Antropologías de la UNC
Fotos (*)Alejandra Morasano.
(*) Muchas de estas imágenes forman parte de la muestra fotográfica “Des-control: micropolíticas de resistencia”: un trabajo fotoperiodístico realizado de manera conjunta por Alejandra Morasano y Rocío Bao. Allí se expone el registro de más de un año y medio de trabajo fotográfico sobre el avance de la violencia estatal y la doctrina del odio, en la represión a la protesta social, impuesta por el gobierno de Javier Milei.