La exquisitez que nos une

Investigadorxs becarixs del “Área de Social” que integran el Área Científica del Museo de Antropología – IDACOR, comparten este “cadáver exquisito” para reflexionar sobre el modo en el que construyen la cotidianidad en sus trabajos de investigación, desde el aislamiento obligatorio. Un escrito lúdico, que se traslada ahora a la virtualidad, donde los mundos de investigación individual no dejan de forjarse en un aprendizaje colectivo.

 Sala de trabajo del Área de Antropología social- Idacor- Museo de Antropología. Imagen de Marcos Pinto, personal de seguridad del Museo de Antropología de la UNC

Este escrito forma parte de un juego. Es un camino lúdico que encontramos para poder compartir, desde la virtualidad, las transformaciones que fueron acarreando el COVID-19 y las consecuentes políticas de “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, en nuestras vidas como becaries de investigación social. Somos compañeres de trabajo del Museo de Antropología, cohabitantes de la salita de social, espacio donde día a día nos encontramos con nuestras mochilas, computadoras e investigaciones a cuestas. Trabajamos temáticas diversas, estamos en momentos diferentes de nuestra formación. Sin embargo, fuimos aprendiendo, en y desde ese lugar, que el trabajo policial o las corrientes anticlericales cordobesas podían terminar cruzándose con ideas de patrimonio, sitios de memoria, cárceles, barrios populares o experiencias de seguridad ciudadana. O que las ideas apasionantes de una lectura o las discusiones fervientes de una jornada podían convivir con las ansiedades de escribir el trabajo final de un curso, los miedos de concluir una tesis o las frustraciones de una devolución amarga a algún artículo en el que trabajamos por meses. Nuestros mundos de investigación individual, se fueron transformando, en y desde la salita, en un proceso de aprendizaje colectivo.    

Desde que empezó el “aislamiento social, obligatorio y preventivo”, y con la intención de no perder nuestros rituales de encuentro, comenzamos a darnos cita por videollamada. Desde el primer momento, compartimos una misma sensación: nos sentíamos extasiados, un poco como todes, de imágenes, virtualidades y sobreinformación. Particularmente, desde los mundos académicos que habitamos, no dejábamos de observar la circulación de publicaciones, escritos, videos, incluso libros digitales que recopilaban y difundían, casi como gritos de urgencia, la palabra de intelectuales, locales y globales, en sus esfuerzos por ensayar explicaciones respecto a qué es lo que está pasando. Dos interrogantes problemáticos nos surgían de ello. Por un lado, la pregunta por cuál es el rol de las ciencias sociales en este contexto: ¿debemos y/o podemos intentar explicar/conocer/comprender en medio de tanta convulsión e incertidumbre? Por el otro, y desde nuestra práctica cotidiana y sincera, ¿cómo continuamos con nuestras tareas de investigación?

Si había algo que decantaba en nuestras conversaciones era que, antes que dar explicaciones abstractas desde una exterioridad o neutralidad científica, nos urgía encontrar caminos para consolidar y sostener los roles afectivos que nos unían en nuestro trabajo, sea en nuestras relaciones de campo como en los espacios académicos. Bajo esa idea, comenzamos a pensar en escribir. Escribir, desde la ciudad de Córdoba, como aprendices en investigación involucrados en problemáticas sociales de diverso orden, como trabajadores de agencias de ciencia y técnica estatales, como compañeres cotidianxs. Escribir sobre esta realidad que nos afecta y abruma, y que lejos está de ser la realidad de otres lejanxs. Escribir empezando por escuchar-nos.

La salita ya no era solo un espacio físico, sino las relaciones estrechas que habíamos ido forjando al calor de nuestro “estar allí”. En el tiempo espacio de nuestro acompañar, de las discusiones y debates en torno a la ciencia como trabajo colectivo, de los miedos, inseguridades y ansiedades en nuestro quehacer cotidiano, de las risas, memes, canciones y mates compartidos.

Nos decidimos por adaptar el juego literario del “cadáver exquisito” a una versión virtual, donde lo que intercambiamos no era un papel doblado sino frases por correo electrónico. ¿Cómo organizar la rueda de palabra? En las noticias resonaban las críticas al ANSES por la gestión de cobros de asistencias sociales y jubilaciones. Se nos ocurrió ordenarnos de acuerdo al último número del DNI, práctica comúnmente utilizada en agencias estatales para trámites y turnos. Como una suerte de parodia, armamos un turnero para escribir y lanzamos la primera frase.

Aquí, un poco de la exquisitez que nos une…

1. Rosa es una de las señoras que acompaño hace varios años, que me enseñó de los abrazos más sinceros y de la militancia más aguda durante el terrorismo de estado. Desde que empezó el aislamiento obligatorio, ella me comparte sus angustias. Bajo la depresión del encierro, de no saber cómo y cuándo cobrará su jubilación, los casos de dengue que se extienden en la villa y la angustia de no saber cuándo finalizará todo esto, se le debe sumar la preocupación de lo que ocurre con sus familiares dentro de la cárcel. Los reclamos al interior de las prisiones mediante huelgas de hambre y la respuesta represiva del servicio penitenciario, dejaron cientos de heridos y trasladados hacia otras cárceles de la provincia. Una vez más, el llamado de Rosa devino en el frenesí cuasi cotidiano que se despierta cada vez que llama pidiendo ayuda y acompañamiento. Comenzó el despliegue de llamados, de mensajes por Whatsapp, de audios que iban y venían, hasta que a la noche una comunicación desde adentro genera una tensa calma. Conlleva la tranquilidad de saber que está bien, que no fue trasladado y deviene la angustia personal. El acompañamiento y la escucha se hace cuesta arriba cuando la incertidumbre es una moneda colectiva ¿Cómo escuchar y tratar de contener cuando todos estamos “duelando” de algún u otro modo? ¿Cómo seguir pensando en objetos analíticos cuando la angustia y la incertidumbre nos agobia?

2. Según el viejo y rojo Kapelusz que usábamos con mis hermanas para hacer la tarea de la escuela, la palabra sufrimiento tiene dos acepciones. Puede referirse a un padecimiento, dolor o pena; o a la paciencia, conformidad o tolerancia con que algo se sufre. Ambos significados remiten a emociones. Pero el segundo, creo yo, integra una dimensión adicional: la de la resignación frente a algo que parece irreparable. Mucho fui aprendiendo de los sufrimientos -en plural, porque son muchos y diversos- en mi trabajo de investigación. Fueron mujeres de barrios distantes y empobrecidos, las que me enseñaron comprenderlos. A veces, más que con palabras, con sus propios cuerpos. Desde un dolor punzante en la zona baja del abdomen podían explicarme la desgarradora tristeza frente al fallecimiento de un hijo. A través de las molestias que sentían al comer podían traducirme la angustia frente a la falta de alimentos en su hogar. Las últimas semanas muchas de ellas me hablaron de sus miedos: a enfermarse, a no poder salir a trabajar, a no tener qué comer, a que la ayuda del gobierno nunca llegue. También de sus enojos: con los vecinos que salen de sus casas y no toman conciencia, con el comerciante del barrio que quiere cobrarles $100 el kilo de papas, con la policía que ni aparece o cae un día, como si fuera un circo, para “meter miedo”. Automáticamente los siento, a todos juntos, en la garganta. Tienen forma de nudo.

3. Así fue cómo mis sentimientos se estrangularon en mi garganta el pasado domingo, al medirme la fiebre y constatar que tenía 37,1 ºC. Dado el hecho de que éste es mi último año de beca interna doctoral y estoy atravesando una cuarentena “previa, obligatoria y autoimpuesta” que me “autoimpuse” aún antes de la real para terminar mi tesis doctoral, lo primero que pensé es “no me puedo enfermar”. Un miedo monstruoso invadió mi pecho; mi corazón se puso gélido: “si pierdo una semana de tesis, me mato”. No importaba si era dengue, no importaba si era el maldito covid-19: tengo una responsabilidad que voy a cumplir cueste lo que cueste y es terminar mi tesis doctoral. Soy historiadora, supe a lo largo de mi vida de epidemias, hambrunas, pestes transmitidas por ratas en barcos de carga intercontinentales, gripes españolas, etc… Nunca me detuve a pensar que, en nuestros días, somos presos de la peor enfermedad del planeta: la productividad. No importa si es sábado, domingo, lunes o martes, si es verano o invierno, si hay una pandemia mundial o no. Importa producir, producir a costa de cualquier cosa. Y, entonces, me percato de una verdad: somos cuerpos enfermos inmersos en un sistema enfermo. Padecemos una enfermedad que es peor que la pandemia. Supuestamente formamos parte de una comunidad, de un sistema científico que produce ciencia para “emancipar”, para “liberar”, para ser “soberanos”. No me siento soberana de mi destino, no me enorgullece esta alienación que coloca mi malestar en el último cajón de mis prioridades.

4. Para nada me siento orgullosa. Prendo y apago la computadora, la relojeo por horas. Trato de concentrarme en mis tareas de investigación, no puedo. Caigo en la cuenta de que el mundo ya no será el mismo, de que ya no seremos les mismes. Leo, casi hasta el hartazgo los pronósticos para el mañana, es una ciencia la futurología? Los medios hegemónicos, los maestros de la vida cotidiana, mueven los hilos de la especulación, también el COVID-19. Hay preocupaciones que me interpelan demasiado y que los medios parecen esconder bajo esa hipocresía que los caracteriza. Desde mi lugar de comodidad me pregunto: ¿Cómo hacer para sobrellevar la pesadez de esta situación? ¿Cómo reinventarnos a favor de una rutina que nos permita tranquilizar las exigencias académicas, concretar los objetivos? ¿Cómo mantener las redes que hemos construido a lo largo de estos años? Extraño mucho el abrazo compañere, la posibilidad de encontrarnos en nuestra office, con el cariño y afecto que nos tenemos. Con esos mates de yuyo que no me gustan demasiado, pero que se comparten llenos de amor. Con el transcurrir de los días nos iremos reinventando, al calor de las videollamadas y de alguna que otra escapada al super. Mientras tanto, quiero bailar, pintar y leer novelas todo el día, intercambiar mensajes telepáticos con mis hijas gatunas, preguntarles y descifrar juntas qué mierda nos pasará. 

5. ¿Qué nos pasará? Una y otra vez la misma pregunta mientras distintos escenarios cruzan mi mente. Van desde lo más global a lo más pequeño: ¿qué pasará con mi cuerpo después de tres, cuatro, seis meses de encierro? ¿Me dolerán las piernas para caminar hasta el Museo? ¿Podremos encontrarnos de nuevo en la salita para compartir un momento, una pregunta, un almuerzo entre risas y complicidad? ¿Cuándo volverán las clases? ¿Qué pasará con la economía del país? ¿Se pagará la deuda? ¿Cuál de todas las deudas que nos debemos? Un espiral de se va todo a la mierda… Y ahí vuelvo a estar acá donde sólo quiero bailar, pintar y leer novelas todo el día. Tomar unos mates amargos mientras escucho la guitarra incansable de mi compañero. Ya sea que practique escalas o canciones, ese sonido está siempre presente como telón de fondo de esta pantomima de vida.

De nuevo el simulacro: prendo la compu y abro algún archivo inconcluso para avanzar (¿hacia dónde?, sí aprendí que la ciencia es con otres).

6. Estuve aturdida varios días, tanta gente diciendo cómo me debía sentir, cuánto y cómo debía producir, cómo debía no engordar, como cuidar mi piel y ser proactiva. Las noticias muestran las cifras de muertxs por coronavirus en el mundo y en las grandes capitales, mientras… otra pila de cadáveres se suma, feminicidios en aumento, encierros dentro del encierro, ensayé la pregunta que siempre repetimos ¿acaso algunas muertes importan más que otras? Necesité mudarme dentro de casa varias veces, intentando encontrarme y encontrarnos. Me mudé, cambié de ropaje varias veces. Intenté los ritualitos a los que estaba acostumbrada cada mañana antes de comenzar. Sin embargo, las cosas cambiaron, ¿por qué la insistencia de querer re-emplazar lo presencial por lo virtual?, pienso y vuelco estas palabras, re – inventar los vínculos y dejar de insistir en que encajen. Al fin y al cabo, las mujeres, lxs putos y les travas sabemos que encajar por encajar solo tiene un destino.

7. Y así, en cuarentena, sintiéndonos lejos y a la vez cerca de cada une… nos informamos por diversas redes, quizás como modo de poder comprender qué ocurre a nuestro alrededor, qué les ocurre a las personas, qué tan lejos o cerca estamos de que esto acabe. A cada momento que sucede nos vamos dando cuenta que esta situación lo que único que hace es dejar aún más en evidencia aquello que ocurre a diario. Las desigualdades se muestran en su máximo esplendor en diversos ámbitos, las mujeres trabajamos aún más que antes en las labores domésticas, les trabajadorxs informales se encuentran en condiciones de precariedad absoluta, barrios sin agua y sin luz mientras nos piden que nos lavemos las manos constantemente, las fuerzas de seguridad haciendo uso y abuso de sus atribuciones.

Y así, aprendemos nuevos modos de relacionarnos con nuestros amores, con nuestros compañeres de trabajo, amistades, directorxs, docentes… y aprendemos también nuevos modos de trabajar. Hacemos trabajo de campo virtual, algo que hasta hace días parecía innecesario o algo casi accesorio. También hacemos reuniones por video llamadas y nos damos aliento y hablamos de nuestras investigaciones y sentires.

Y así, hoy más que nunca entendemos que nuestros afectos, esas redes que construimos día a día son lo que nos sostienen. Y que al fin y al cabo las investigaciones nunca son en solitario, ni siquiera cuando hace 40 días no nos vemos, no compartimos un mate, no hacemos catarsis en equipo. Aún hoy nos acompañamos como podemos.

8. Acompañarnos así mediados por la tecnología, en donde el amor se viste de pixeles y las voces quedan atascadas entre los cables de audio de nuestras notebooks. Y en este escenario, el invierno se hace notar poco a poco y esta vez presiento que será más frío y más largo que de costumbre. Los abrazos cálidos que parecían siempre entibiar hasta la helada más salvaje ahora quedaron lejanos, atrapados en esas burbujas del tiempo que ya no vuelven, que son tan frágiles que pueden desaparecer de un soplido…

Pero así son las cosas, y como dicen los que saben, o los que dicen saber, tenemos que aceptar la realidad tal como es. Tenemos que soltar la ilusión y quedarnos con la experiencia tangible de lo que es. Sin embargo, es tan costoso no imaginar las múltiples posibilidades de lo que podría haber sido.

¡Qué caprichosa! Si, los sé. Y entonces aparecen esas realidades paralelas en donde nadie se ha comido un murciélago, en la que ningún país ha manipulado virus letales, en la que aquel maya disléxico no se ha confundido de año y entonces el fin del mundo no se avecina. Una realidad en la cual la muerte no acecha a nadie porque la vida se impone infinita y poderosa…y entonces un atisbo de adultez me encuentra soñando despierta y entiendo que estoy rodeada de aquí y ahora, y que la muerte es tan concreta como la vida misma, y que el mundo es un equilibrio perfecto entre bondad y maldad, y el escenario de la cotidianidad me succiona y me devuelve a las tareas domésticas, a la maternidad desbordada, al trabajo solitario y a los afectos virtuales. Una carta a mi favor: la realidad inevitable que debe ser aceptada, es también pasajera y efímera. En este contexto de pandemia, se vuelve el as de espada en mi mano, en un partido de truco.

Por: Agustín Villarreal*, Victoria Reusa*, Victoria Nuñez* Sofía Vittorelli*, Florencia Rodriguez*, Melisa Rodriguez Oviedo*, María Bracaccini**, Marina Liberatori

*.* Idacor- CONICET
** SECyT- UNC

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