Entre arañas, cóndores y caracoles

Hoy, 22 de mayo, se celebra el Día Mundial de la Biodiversidad. A raíz de esta fecha, Sandra Gordillo – Investigadora del CONICET, del Instituto de Antropología de Córdoba – Museo de Antropología de la UNC, – advierte y reflexiona sobre la pérdida de especies a un ritmo acelerado, con una tasa de extinción sin precedentes en la historia de la humanidad.

«Araña tigre». Fotografía Sonika Agarwal.


Quizás hoy sea un día como todos. Pero también es un día único, con un amanecer y un atardecer que no se repetirá, y quizás alguna especie del planeta desaparecerá, aunque nunca sepamos cual. Es importante en esta fecha tomar conciencia de que estamos perdiendo especies, con una tasa de extinción sin precedentes en la historia. Como investigadora, intento hacerlo con estas pequeñas historias, que vienen de la vida diaria, para reflexionar con responsabilidad.

Hace más de un año, cuando comenzó la pandemia, quedamos confinadxs en las casas. Quienes pudimos continuar con el trabajo en formato virtual, lo hicimos con más horas frente a la compu: misma pose, misma silla. Y nuestros cuerpos pedían moverse. Necesitabamos caminar. En mi caso, comencé de manera rutinaria a caminar dando vueltas a la casa. No había mucha opción. En esos recorridos circulares descubrí una araña. Hasta ese momento, para mi las arañas eran sólo las que veía cada tanto en alguna pared, principalmente en la zona de la ducha en el baño.  Y aparte de eso, como bióloga sabía que son astutas depredadoras.

Esta araña que menciono estaría entonces al acecho, esperando que algún insecto quede atrapado en su red. No sabía su nombre así que la bauticé X por la forma que adoptaba con sus cuatro pares de patas. Después supe que es una “araña tigre” del género Argiope. Además de su coloración y aspecto me llamó la atención los zig-zag en su tela. La tela estaba decorada. Busqué información y vi que la tela con esos zig-zag tendría una doble función: por un lado, al ser más visible, sería una advertencia a aves y mamíferos para que no la choquen; pero a su vez, esa estructura en zig-zag refleja la luz UV de manera similar a las flores, atrayendo insectos polinizadores. Quedé fascinada con esta nueva información. La vi varios días en mis caminatas, hasta que un día, junto a su tela, la araña X desapareció.

Pensé que algún depredador se comió a X, la depredadora.  Quizás algún ave se la habría comido. O tal vez, algún mamífero volador como un murciélago -vivo en la Sierras de Córdoba y por acá andan muchos-. O podría haber sido una mantis. Leí después que la “ratona o curucucha” –Troglodytes aedon-, entre otras aves sería un potencial depredador.

Si reflexionamos al respecto tenemos que considerar que las arañas surgieron por evolución hace unos 300 millones de años y sus depredadores “potenciales” -que como decíamos, en este caso podrían haber sido una mantis, un ave o un murciélago-, tienen otros cuantos millones también. Y cada uno de los seres humanos -yo misma, bicha humana-, tenemos bastante menos, ya que venimos de un antepasado homínido de hace unos 5-7 millones, llegando como Homo sapiens sapiens hace solo unos 200.000 años. Pero tanto la araña, como sus depredadores y cada persona estamos en la “misma casa”, con la diferencia que las arañas y sus depredadores, a pesar de estar hace más tiempo no “deciden” el futuro del planeta. El planeta al menos hoy corre por cuenta nuestra: la especie humana.

Por eso es importante que tomemos conciencia que la diversidad global también es parte de cada unx de nosotrxs. Evolucionamos desde una sopa arcaica. Somos diversidad de formas, diversidades genéticas dentro de las formas y parte de las diversidades de los paisajes y del engranaje, esos ecosistemas que hacen posible la vida.

Y hay que decirlo, las actividades humanas, de diferentes formas, están poniendo en peligro de extinción al resto de las especies: animales no humanos y vegetales, sin distinción. Y menciono dos ejemplos, cercanos a mi entorno.

El cóndor andino, el ave más grande y emblemática de Sudamérica fue recientemente recategorizada por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza como “vulnerable a nivel mundial”. O sea que pasó a integrar la lista de especies amenazadas de extinción.

Al analizar las causas que ponen a esta especie en peligro encontramos que todas son antrópicas: cebos tóxicos; caza directa ya sea por percepción negativa, por deporte o como trofeo; perros asilvestrados que compiten por el alimento con las aves carroñeras; choques con cables que provocan muerte por eletrocución; mascotismo; rituales; venta de plumas y partes; y algunas otras más. Me pregunto ¿estamos dispuestxs a perder al cóndor?

Otro ejemplo, quienes vivimos en Córdoba sabemos bien qué está pasando con el monte nativo: ¡lo estamos perdiendo! Hay dos palabras que vienen a nuestras mentes si hablamos hoy del monte cordobés: “incendios” y “desmontes”. Hace un par de meses estuve en Characato, como parte del trabajo que realizo como investigadora estaba observando caracoles. Y pude ver por donde pasó el fuego en septiembre de 2020.

Allí, entre árboles carbonizados, ausencia de aves y cenizas, estaban los cadáveres -conchas- de enormes cantidades de caracoles serranos quemados. A ciencia cierta no sé si ya estaban muertos, o se murieron por el fuego, pero igual esos suelos hoy no son un “hábitat”, ni para los caracoles, ni otras especies. En algún momento se recuperará, aunque pasará tiempo. Pero qué sucederá con las especies “pos-incendios”. ¿Serán las mismas? Respecto a los caracoles nativos, o mejor dicho “caracolitos” que viven en las sierras, es notable su carácter endémico. Es decir que son especies que viven en un lugar y solo en ese lugar. Eso se debe a una larga historia de aislamiento biogeográfico que dio lugar a la diversificación y especiación de algunos géneros. Sabemos de algunos vertebrados endémicos de Córdoba como “el lagarto verde de Achala”. Y en el caso de los caracoles serranos, a pesar de sus servicios ecosistémicos conocemos poco y nada de ellos. Ni siquiera tienen nombres comunes, así que los llamamos por su género: Plagiodontes, Spixia, Clessinia, pero hay distintas especies endémicas.

Un incendio puede acabar con alguna población con endemismo local. Como parte de una investigación actual sobre los cambios ambientales en un contexto de grupos humanos cazadores-recolectores en el área de Ongamira estamos tras las pistas de un caracolito de las sierras, Austroborus cordillerae, y que el último dato que tenemos es que vivió precisamente allí. No sabemos si está extinto o aún hay una población relictual, pero si lo encontramos, ¿seremos capaces de conservarlo?

Diariamente escuchamos, sin asumir la responsabilidad que significa, que perder la diversidad es sinónimo de desequilibrio ambiental y sinónimo de zoonosis y enfermedad. Debemos amigarnos con el ambiente y nuestro entorno todos los días. Podemos emprender acciones como: reciclar, comer alimentos saludables, organizarnos en redes y planificar en economía circular. Estaremos construyendo y reconstruyendo entre todxs un mundo más saludable, diverso y funcional.

Por Sandra Gordillo.

Investigadora del CONICET-UNC, en el IDACOR – Museo de Antropología de la UNC, e integrante del Grupo de Educación Ambiental y Conservación del Cóndor Andino (GEACC).

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