Con motivo de la presentación del libro: «Uno hace lo que puede, ¿no? Visualidades en tiempos de pandemia», realizada el viernes 27 de agosto del 2021, a través del Canal de YouTube del Museo de Antropología UNC, publicamos la intervención de Ludmila da Silva Catela –Investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba – Museo de Antropología UNC–, quien destaca: “Aquí se narran las vidas, a partir de las palabras y las imágenes en las relaciones de semejanza y diferencias con y a través de otros y otras, con personas que diseñan sus relaciones y no como vidas que otrxs toman, como simples referencias, para explicar el mundo”.
Sobre un libro y sus imágenes
El sol en una terraza o patio sobre un cielo azul. Ropas secándose como siluetas, colgadas y limpias. Una mujer sentada allí -pasando el tiempo, descansando, tomando sol… No lo sabemos-. Una imagen que tal vez vimos y vivimos muchas veces, pero que aquí, en este libro, en tiempos de pandemia adquiere múltiples significados. El aire, el sol, el cielo celeste, la quietud de esas prendas blancas, en contraste con una roja y una negra, nos llevan a pensar en cuantas terrazas, patios, pequeñas ventanas nos salvaron del encierro. Hay allí algo de la quietud de la siesta, del sol que nos cubre y porque no… nos cura. La imagen nos trae una situación cotidiana, conocida y tranquila. La luz invade la imagen. Nada disruptivo hay en esa fotografía, en contraposición a todas las modificaciones diarias que el virus trajo a nuestras vidas.
Miro de nuevo la fotografía que ilustra la tapa del libro que hoy presentamos y descubro una cama, sillón tal vez (pienso ¿será para mirar las estrellas, o para sentarse a fumar, o para comer mandarinas a la siesta?), y ese objeto fuera de lugar me genera una serie de preguntas relativas a las visualidades en pandemia. ¿Qué imágenes vimos una y otra vez desde que comenzó el covid? ¿Quiénes las sacaron? ¿Qué intentaban mostrarnos? ¿Cómo lograron esas imágenes generar distancia o acercamiento en tiempos de pandemia? ¿Qué lugar ocupaba la ciudad y los hogares en dichas visualidades? ¿Qué ideas de quietud, movimiento, encierro, miedo, disciplinas, cuerpos, muerte nos han transmitido?
Uno hace lo que puede, ¿no?
Visualidades en tiempos de pandemia
Este libro, como obra colectiva de diálogo e intercambio, responde algunas de las preguntas que me surgieron, pero va más allá. Propone un recorrido por los sentimientos, por personas que mueven el mundo, por los sufrimientos que la vida cotidiana genera, habla sobre la fuerza de lo colectivo, el poder de la organización política, nos deja ver la vida misma. Traducido en las frases que cada capítulo enlaza: Pucherear, acarrear, carteludear (Cap. I). Se hace lo que se puede, no? (Cap.II). Si no lo veo lo siento. (Cap. III). Algún día me reconocerán Lo que no se puede decir se muestra. (Cap. IV). Está compuesto por múltiples voces, definidas por lxs propixs hacedorxs, como 17 investigadorxs y 37 fotografxs, cruza diversos registros y propone visualidades sobre alteridades cercanas y distantes. Aquí todos y todas toman la voz y construyen miradas superpuestas sobre la vida en pandemia, o mejor dicho sobre la vida en su ritmo cotidiano.
Pero también como libro, heredero de otras prácticas que se vienen desarrollando en las ciencias sociales de co-autoría sobre el saber y el conocimiento, éste recurre a la visualidad como eje central, aunque no como único registro, para mostrar, interpelar e incluso discutir y tensar otras visualidades construidas para estigmatizar y encuadrar a diversos grupos sociales. Allí aparece una línea de continuidad con una obra que fue pionera en el campo de diálogo entre las ciencias sociales, las visualidades y grupos sociales. Me refiero a “Podría ser Yo”, obra de Elizabeth Jelin, Pablo Vila y la fotógrafa Alicia D´Amico, editada en el año 1987, plena transición democrática argentina. Pienso entonces cómo ciertos contextos habilitan o empujan proyectos que pueden dialogar entre sí a más de 30 años. En la introducción de ese libro, ellxs afirman:
“Queríamos hacer fotos. Pero ¿desde dónde? ¿Qué mirada reflejar? ¿La del fotógrafo profesional, la del sociólogo, la de la gente misma? Los investigadores sugeríamos los temas; la fotógrafa tomaba las fotos, los actores señalaban cuales fotos debían ir en el libro. (Jelin, 1987:7)
Si bien en el libro que hoy presentamos los objetivos y metodologías son diferentes a los propuestos en “Podría ser Yo”, se teje una línea de inquietudes sobre la necesidad del diálogo y las formas de gestar conocimiento.
30 años después de “Podría ser Yo”, se realizó una reedición y allí Elizabeth Jelín se pregunta a propósito del futuro:
“El horizonte futuro se abre, para seguir en esta espiral que vuelve sobre lo hecho, ampliándolo y multiplicándolo. En los tiempos de teléfonos celulares y selfies, de Facebook e Instragram, la imagen captada es un fluir, con más sentido de comunicación cotidiana y permanente que de preservación y eso abre una gran pregunta que, como toda gran pregunta, deja abierta su respuesta ¿cómo sería un proyecto como aquel “Podría ser yo” entrado el siglo XXI?
Así, la obra “Uno Hace lo que puede, ¿no?” Es sin duda una de las posibles respuestas a esa pregunta. Una cantera de diversos proyectos que marcan nuevos sentidos y significados sobre las formas de comunicación cotidiana y las visualidades captadas para transmitir formas de vivir.
Recorramos tres nudos de significados nacidos de la lectura del libro. Sin dudas hay muchos más, pero como todo recorrido siempre está atado a intereses y sentidos que como lectorxs buscamos y elegimos.
Pequeños mundos, grandes historias
El primer punto a resaltar es el poder de lo biográfico que atraviesa tanto la visualidad que nos ofrece, como la narrativa que eligieron para conformar esté calidoscopio de experiencias.
¿Qué nos revelan estas historias mínimas narradas a partir de fragmentos e imágenes recortadas de la vida cotidiana?
La elección de lo biográfico, en primera instancia, nos manifiesta un poco de misterio. De cada una de las historias queremos saber más y ver más. Es juntamente, ese misterio que arrastra la narración biográfica, dónde ese sujeto invisible se torna el motor de la acción social. Pero ese misterio se desarma en cada imagen, en gestos, en rituales que al fin de cuenta construyen un determinado contexto social y político: fotos de ollas populares, madres ayudando en tareas escolares, mujeres cocinando para otros y otras, familiares recordando a sus parientes asesinadxs, personas salidas de prisión que reconstruyen sus vidas a partir de la fe y el trabajo. Investigadoras e investigadores que cuentan partes de sus vidas privadas a través y con las relaciones sociales establecidas en sus investigaciones. Un entramado de vidas, experiencias y narrativas que juntas otorgan un espacio central a la narración en primera persona. Esto no es menor en tiempos de pandemia, dónde cada quien en su casa debía tejer las redes sociales de otra manera, o por lo menos, intentarlo. Si tuvimos que recluirnos y estar mucho tiempo con nosotrxs mismxs, lo biográfico como espacio de y para pensar las relaciones humanas adquirió otros sentidos. En este libro, es como sumergirse en el interior de esas personas, para encontrar aquello que las hace iguales a nosotrxs, pero sobre todo por lo que las hace diferentes. Y allí aparecen los nombres: Belinda, Andrea, Méndez, Euge, Pity, Romi, Mel, Delia… lo que hace que nos impliquemos con sus vidas y que esas alteridades sean cada vez menos distantes. Como dice Cristian Boltansky, “si los nombramos es porque reconocemos la diferencia”. Así, las distancias, se acortan con lo que investigadores e investigadoras nos cuentan luego de cada fotografía. Y es muy interesante ese juego entre lo que cada persona quiere decir, lo que la fotografía nos muestra según lo que nosotrxs vemos y la historia que nos cuentan.
Las vidas elegidas para ser contadas, aparecen aquí como un abanico desplegado de ideas para vivir en pandemia, de creatividades para seguir ayudando, de proyectos y esperanzas, y de rostros, con sonrisas que transmiten calma, en el vendaval.Pero además y creo es uno de los grandes aportes de este libro, se presentan gestos biográficos cruzados que permiten y convocan a pensar las vidas contadas con sentidos propios en el existir y provocadores de sus propias acciones, ya no como estructuras que los moldean, sino como individuos que modelan y transforman su vida cotidiana constantemente. Aquí se narran las vidas, a partir de las palabras y las imágenes en las relaciones de semejanza y diferencias con y a través de otros y otras, con personas que diseñan sus relaciones y no como vidas que otrxs toman, como simples referencias, para explicar el mundo.
Trayectos, ciudad, visualidad
Un segundo elemento que me gustaría destacar de este libro, es que nos ayuda a comprender y pensar la ciudad y sus márgenes, las formas de organización colectiva que no vemos, no conocemos y que parece que no existieran. Las fotografías me permitieron ver una red, suspendida en la ciudad que contiene prácticas y acciones cotidianas que permiten un mejor vivir en comunidad. Si uno uniese esas imágenes como puntos de esa red, puede pensar a partir de Maurice Halbwachs, en una comunidad afectiva (incluso en contraposición a la noción de comunidades vulneradas) en constante movimiento y cambio. Una comunidad reflejada en imágenes, ya que cada persona lleva en ella los sentimientos y las ideas que la ata a otros grupos, a personas y afectos que circulan en cada representación sobre la comprensión de lo humano. Cada imagen arrastra memorias de otras situaciones similares (¿análogas?) a las vividas en pandemia, a situaciones extremas (cárcel, el asesinato de familiares, la desocupación) dónde la organización y solidaridad hicieron posible seguir. Cada fotografía tiene dentro de ella misma elementos de recuerdos y memorias que se encuadran para dar sentido a lo que hoy se quiere transmitir.
Cada fotografía, las de la ciudad y el aire libre; las de las mujeres y sus cocinas colectivas; las de los hombres y sus sufrimientos dentro y fuera de la cárcel; las de niños y niñas transitando esta pandemia, las que muestran sonrisas; las que retratan productos del trabajo, conjugan cosas/objetos/signos para transmitir ideas de una ciudad que no vemos (o no queremos ver) y trayectos que se superponen y se gestan colectivamente, a la vez fragmentarios y abiertos.
¿Libro o archivo de las memorias cotidianas?
Finalmente, me gustaría decir, y desde la total sinceridad, que los libros digitales no son un soporte con el que me sienta cómoda como lectora. Tiendo a imprimir todo y seguir con la materialidad del papel como espacio seguro de lectura, que me permite subrayar, volver las páginas, mirar los detalles. Este libro implicó lidiar con la imposibilidad de dejar marcas personales sobre sus hojas, que una y otra vez tuve que abrir en la pantalla, intentando emular la lectura en papel, con la cual estoy habituada. Hasta que cambié mis expectativas como lectora y me propuse disfrutarlo como un archivo virtual visual. Es increíble cómo cambian las formas de lectura y recorrido cuando una desestructura las maneras del leer y del ver.
Esto me llevó a pensar en la relación, libro/archivo y los potenciales campos que abre esta propuesta. Así como las posibilidades de nuevas clasificaciones y saberes que están encerradas y podrían desplegarse en cada capítulo.
La lectura de las historias mínimas aquí trazadas y la mirada sobre estas fotografías en contexto de pandemia, abren los sentidos a un archivo de las memorias cotidianas. Aquellas que permanecen ocultas bajo el velo de lo que sucede sin que nos demos cuenta o le prestemos atención. Los cimientos de una casa, la cuchara de madera para revolver una olla popular, los fibrones con los que se escriben consignas, los broches de la ropa colgada, las riendas de un caballo que permite el trabajo de recolección, el mantel que cubre una mesa transformada en escuela-hogar, la cinta que ata los batones perfectamente blancos, la tela bordó de los tapabocas apilados, los fuentones donde va la carne antes de ser cocinada para los vecinos, una vela de cumpleaños, la escalera para trabajar, la crema milagrosa para curar, los papeles de autorización de circulación, el perro que acompaña, las sonrisas y los dedos en “v”, el cielo azul, el asfalto, las plazas, la basura, la reja rota, la esquina. La casa y la calle en todas sus manifestaciones. Pequeños objetos y espacios como lugares de memorias, que la pandemia reveló como necesarios, únicos, imprescindibles. Cada una, y muchas otras imágenes que seguramente dejaron de lado, dan cuenta de esas memorias de lo cotidiano, que giran en lo intranscendente, no porque no sea importante, sino porque generan prácticas que generalmente no relevamos, no miramos y olvidamos fácilmente. Son memorias, que no se asientan sobre los grandes acontecimientos, los objetos generalmente venerados y conmemorados por las memorias dominantes, las grandes historias, los eventos de renombre. Este libro digital, que lo imaginé como un archivo digital de las memorias cotidianas, permite observar cómo se selecciona y organiza un material que generalmente no vemos, enmarcado en las apropiaciones personales y elaboraciones estéticas, enfoques y miradas creativas. Materiales basados en la propia experiencia de vida, en los afectos que los rodean, en los territorios que les dan significados a sus vidas. Cada imagen y cada historia, rompen con la aparente homogeneidad de la vida cotidiana.
Pienso, en un archivo de estas memorias vivas y espontáneas que se gestan en cada registro, acciones para recordar, saberes para transmitir, políticas para cambiar. Fotografías como cosas a ser salvadas, como recuerdos, pero también como registros para la historia, como registros de conocimiento y prácticas que hay que legar.
Este archivo de las memorias cotidianas, muestra y demuestra con cada imagen, cuerpos, afectos, compromisos, solidaridades y soledades. En cada una las intervenciones se abren desde lo visceral, lo vivido, lo sentido que se transforma en política. Se convierte en documentos a ser leídos sobre huellas que va dejando hilos, que se modifican a cada página y en cada representación sobre la existencia, a veces dolorosa, a veces plena. Cada acción, cada documento/foto/historia, aparecen y se reconvierten para involucrarnos a cada una y a cada uno en un experiencia nuestra/suya/mía/propia, que es de todos y todas. Ya que al final de cuentas, todos y todas hacemos lo que podemos.
Por Ludmila da Silva Catela
Investigadora IDACOR/CONICET – Museo de Antropología UNC.