«Cuerpos bajo vigilancia. Las mujeres en las Misiones Jesuíticas del Chaco», de Beatriz Vitar, es el título del libro que se presentó el 4 de Mayo de 2023, en el Museo de Antropologías. Acompañaron a la autora la directora del Museo de Antropologías, Fabiola Heredia, la doctora en Historia y profesora emérita de la UNC, Ana Inés Punta, junto a Laura Misetich, licenciada en Historia y Magister en Antropología.
En ese marco, Ana Inés Punta leyó un texto que analiza y recorre el trabajo minucioso de Beatriz Vitar. Un libro que visibiliza estrategias discursivas y operativas del sistema patriarcal, “cristalizadas en un proyecto jesuítico que, en el caso de las muejres indígenas del Chaco, se focalizaó en el control y disciplinamiento de las distintas facetas de su existencia.”
Estigmas, opresión y resistencia
“Este libro, sobre una temática que viene trabajando desde hace ya muchos años, da cuenta de la larga trayectoria y conocimientos de su autora. Ella retoma aquí sus propios trabajos pero les da un giro diferente, centrándose en las mujeres indígenas de las distintas parcialidades chaqueñas, basándose centralmente en los escritos de los jesuitas. Esto le implicó un doble desafío por el tipo de fuentes con que trabaja, ya que como ella bien señala, se trata de relatos de observadores que provienen de una cultura con otras lógicas de análisis y de valores, que producen relatos fuertemente impregnados por su mirada masculina, propia de los europeos del siglo XVIII, con todos sus prejuicios frente a un otro “bárbaro y salvaje”, a quien ellos pretendían catequizar y civilizar. Y dentro de ese universo, intentar acceder a un sector aún más ajeno, como era el mundo de esas mujeres, que iban al monte, con prácticas, ritos y conocimientos a los que ellos, además, no tendrían fácil acceso.
No obstante, y pese a estas dificultades, las prolijas descripciones que dejaron los jesuitas le han permitido a Beatriz reconstruir las actividades cotidianas de esas mujeres, ocupadas de la recolección de frutos cuando salían al monte durante varios días, montadas de a dos a caballo, sabiéndose defender de sus enemigos, cazando pequeños animales, recogiendo agua, y leña para sus fuegos. También nos permiten saber algo sobre sus actividades en las tiendas, donde hacían sus comidas y bebidas y almacenaban para los tiempos de escasez.
Nos cuentan que eran ellas, las mujeres, las tejedoras que elaboraban y tejían el chaguar, y recogían la cochinilla y otras materias tintóreas para sus tejidos. Sabían también fabricar las herramientas necesarias para estas actividades, así como hacer sus cacharros de barro, coser sus vestimentas, trabajar el cuero y las pieles, posiblemente muchas de ellas producto de los pequeños animales que habían cazado en el monte.
Eran las mujeres, además, las encargadas de cargar sobre sus hombros las tiendas, sus petates y su prole cuando debían mudarse a otro sitio. Sin embargo, en sus relatos los jesuitas dicen que ellas eran “ociosas” y ya veremos por qué.Esta permanente preocupación de Beatriz por acentuar el condicionamiento de los discursos jesuíticos permite, además, ver una faceta de las acciones de éstos que generalmente no es tenida demasiado en cuenta cuando se habla de las obras realizadas por los jesuitas. Nadie puede negar la formación que traían estos hombres venidos desde distintos países europeos, sus conocimientos y aportes en el campo de la medicina, la ingeniería, la música, la lingüística, entre tantos otros.
Pero poco se dice sobre la violencia que ellos ejercieron sobre la vida de estos pueblos, que tenían sus propios conocimientos sobre el uso medicinal y nutritivo de las plantas; que sabían construir sus propias herramientas con los medios que les proporcionaba la naturaleza, que sabían conservar los alimentos para las épocas de escasez, que tenían una gran fortaleza, salud y resistencia física, tanto los hombres como las mujeres, esas que sabían cabalgar, ir al monte, recolectar, cazar, defenderse de sus enemigos y parir a sus hijos con la ayuda de las viejas y de sus pares.
Hablamos de violencia, porque para lograr sus objetivos debían convertir estos pueblos nómades en pueblos sedentarios y para eso se necesitaba romper drásticamente los hábitos de vida centrales de estas comunidades. Porque además de la evangelización, ésta siempre fue acompañada por un interés económico, encubierto bajo la necesidad del autoabastecimiento de sus empresas.
No obstante, y para comprender mejor estos procesos no hay que perder de vista el contexto general en que éstos se dieron, donde los avances de los hispanocriollos sobre tierras y pueblos originarios venía siendo una constante desde hacía dos siglos, y era en general aún más avasallador, destructivo y violento. Tampoco hay que pensar que estos pueblos originarios habían vivido hasta entonces en condiciones idílicas, y menos en esta región, con un medio ambiente donde conseguir los medios de vida necesarios era difícil, lo que llevaba a las distintas parcialidades a una permanente disputa para obtenerlos. Esta situación había sido agravada por los avances coloniales, de allí que más de una vez, el someterse a las reducciones había sido una necesidad de las parcialidades para poder resistir a esos avances.
Volviendo a los relatos de los jesuitas sobre nuestras mujeres chaqueñas, posiblemente éstas fueron las más afectadas, ya que si bien los varones eran los encargados de la caza y de ir a la guerra, eran ellas las que iban al monte a recolectar gran parte de los alimentos centrales para la subsistencia. Pero los curas las querían sedentarias para poder controlarlas mejor, y para que se convirtieran, pero no sólo a la religión sino que fueran tejedoras, pero no ya sólo de chaguar, como lo habían sido siempre, sino de lana o de algodón -productos que impusieron a esos pueblos- con los nuevos trabajos que eso implicaba. Por su parte, las mujeres tenían que aprender a hilar y tejer desde niñas esas fibras, pero no sólo para que confeccionaran prendas y tapar sus “vergüenzas”. Así, la actividad textil que habían tenido hasta entonces las mujeres en las comunidades era, hablando técnicamente, una producción para el uso, que ahora debía convertirse en una producción para el cambio, es decir una producción no destinada a cubrir las propias necesidades, sino una que generara excedentes comercializables.
Pero además, esto no sería para su propio beneficio, sino para el de la Orden, que ya tenía las relaciones mercantiles bien aceitadas a lo ancho y largo del mundo colonial y más allá también.Para lograr estos cambios, lo curas impusieron también un cambio muy sutil, -o por lo menos lo intentaron- un cambio que recién se lograría en algunas regiones de Europa occidental con la revolución industrial, desde fines del siglo XVIII. Y en esto también los jesuitas fuero pioneros, y que tiene que ver con imponer una diferente concepción del tiempo. Ellos pretendieron reglar, separar el tiempo del trabajo del tiempo del “ocio”, práctica que no existía ni en estas comunidades, ni en las sociedades campesinas europeas de esos tiempos. Como señalaba Edward Thompson para el caso europeo, el tiempo de los campesinos era un tiempo regido por el “quehacer”. En su día de trabajo éste arreglaba el techo de su casa, después iba al pueblo a comprar, llevar o vender algo; se detenía en plaza para ver una ejecución si la había, pasaba por la casa del herrero a buscar alguna herramienta, volvía y arreglaba el arado, etc. etc. Era el quehacer cotidiano el que iba marcando el tiempo, en un día que empezaba y terminaba regido por la naturaleza y sus quehaceres. En el caso que estamos viendo, la imposición a las mujeres se evidencia en la ruptura de sus tiempos cotidianos por la obligación impuesta de trabajar largas horas en los telares.
Eso implicaba volverlas sedentarias, ya que impedía que pudieran ir solas al monte, llevando sus arcos para la caza pequeña, compartiendo el tiempo con sus pares mientras hacían sus tareas, sus comidas, sus descansos…Sin olvidar, además, que esos eran espacios en el que los jesuitas nunca pudieron entrar y que por eso rechazaban y desconfiaban… Pero además, impedir esas actividades y llevarlas a una vida sedentaria en las aldeas, implicaba transformar una actividad de las mujeres que había sido sólo una entre tantas otras, como era la textil, en un trabajo rentable, en detrimento de muchas otras labores que también eran necesarias realizar.
El intento de manejar los tiempos de las actividades llegó a situaciones que podríamos calificar de insólitas, como relataba un conocido viajero de la época, Félix de Azara, que cita Beatriz, que contaba que los jesuitas tocaban unas campanas en las horas del descanso nocturno, para que los maridos cumplieran con sus obligaciones conyugales.Estos cambios, que afectaban sin duda la vida cotidiana y el quehacer económico de la comunidad, no podrían haberse llevado a cabo si los jesuitas no hubieran logrado imponerse sobre la comunidad y para eso debían tener poder político. Como decía el viejo Marx, es en la esfera de la política donde se manifiestan las contradicciones de una sociedad.
Es en ese sentido, que Beatriz recalca las recurrentes diatribas de los curas en contra de las “viejas”, ya que sin duda eran ellas las que tenían ese poder. Beatriz se preocupa por ir señalando, permanentemente, los prejuicios y los intereses de los jesuitas cuando relataban los quehaceres femeninos en las distintas comunidades, pero centralmente sus juicios absolutamente negativos con relación a las viejas, siempre descritas como sucias, legañosas, harapientas…. Esto es una muestra evidente del papel central que estas “viejas hechiceras” tenían en la vida de las comunidades, ya que eran ellas las que con su ascendiente sobre su grupo se convertían en el principal escollo para que los jesuitas pudieran lograr sus objetivos, tanto religiosos como económicos, de allí la inquina hacia ellas.
En algunas comunidades eran ellas, no todas, las que participaban en los consejos de su parcialidad pero, en general eran los personajes centrales en los ritos de pasaje, en la elaboración de los brebajes a los que pasaban su fuerza, en los tatuajes, en la elaboración de ungüentos para las curaciones, en su participación en los festejos y los bailes, hasta tenían en algunos casos una forma propia de comunicarse a través de silbidos. También eran ellas la que ejercían la diplomacia en las relaciones de los distintos pueblos entre sí, lo que en definitiva evidencia el papel político central que represetaban.Hay sin embargo, un aspecto en el que sabemos que las fuentes jesuíticas no nos van a dar demasiada información, y es sobre el grado en que sus imposiciones, tanto desde el punto de vista religioso, como en relación con las modificaciones en las pautas de vida de estos pueblos, fueron o no exitosas, ya que difícilmente sus escritos darían cuenta de fracasos, o resistencias a sus medidas.
Sin embargo, no es un dato menor que una vez que los jesuitas fueron expulsados por la Corona española en 1767, muchos de esos indios “reducidos” volvieron al monte y a sus viejas prácticas de vida…y si bien algunos fueron sedentarizándose, el sometimiento de esos pueblos se logró recién, violentamente, a mediados del siglo XIX.No obstante, hay algo que no debemos dejar de tener en cuenta, y es que si bien en la práctica, muchos de los intentos jesuíticos pueden haber fracasado, su visión y valoración de las comunidades indígenas siguió siendo considerado, en gran parte, como el “verdadero” y fidedigno. Así, a sus juicios negativos sobre la ociosidad de esos pueblos, o a la concepción de que en general, el papel de las mujeres debía ser el de madres y esposas, sometidas y devotas, se sumó el de la necesidad de controlar a las indias por su ociosidad, por lo que debían ser sometidas a un trabajo regular. Estas concepciones están en la base de muchos de los prejuicios todavía presentes en nuestra sociedad, de allí la necesidad de seguir insistiendo en conocer sus orígenes, lo que nos permitirá como sociedad, ir superando esta forma de estigmatizar a las mujeres en general y a las de los pueblos originarios en particular”.
Ana Inés Punta
Doctora en Historia y profesora emérita de la UNC