En este artículo, Fabiola Heredia, directora del Museo de Antropologías, reflexiona sobre el rol social que deben asumir los museos en contextos adversos. “Sin miedo a perder las especificidades, los museos deben anticipar de manera creativa un futuro que logre articular esfuerzos, voluntades y recursos”, alerta.
Museos como salvoconductos
Las series en streeming hoy constituyen el piso de lo que compartimos en conversaciones, a veces más o menos intelectualizando al respecto. Pero sin dudas la fuerza del relato audiovisual hoy gobierna nuestras percepciones. Recientemente comencé a ver The Last of Us (El último de nosotros), una serie en un presente distópico donde el mundo es devastado por la invasión fúngica. Una pandemia de hongos que pueden crecer en los seres humanos y distorsionar sus mentes sin matarlos. Al estilo de las películas de zombies los seres humanos se matan entre sí, sólo que no son muertos contra vivos, si no vivos “enfermos” contra vivos “sanos”.
Todo deriva en guerras por la escasez de recursos, de vivos contra vivos, un panorama tan desalentador como posible. Hay un “seudo” estado provocando sufrimientos, – para variar…-.
En el segundo episodio lxs personajes principales buscan una vía de escape que salvaguarde la vida. En un momento uno de ellxs dice “por el museo”. Generalmente, más que ver las series las escucho mientras hago otras cosas, por lo que al oír que se trataba de un museo me acerqué rápidamente a la pantalla. Me llamó la atención que el museo sea el lugar que puede garantizar el cuidado.
Si bien en muchas producciones cinematográficos el museo se hace presente con diferentes roles, aquí aparecía como “vía de escape” para la vida. No fue ni la escuela, ni el hospital, ni el supermercado -que siempre, siempre aparece saqueado en este tipo de films-. A quien compuso el guion se le ocurrió que la salida podía estar en un museo. Y ahí estaba lleno de vegetación crecida por la ausencia humana y tomado por un hongo gigante que se había secado por la falta de organismos vivos. Se podían ver vitrinas -ahora sin sentido-, que exhibían lo que parecían ser armas de otro tiempo, -creo que por los objetos que apenas se veían se trataba de un museo de historia-, y un cartel de “Exit”, que dejó de señalar la salida. Porque en un mundo así las puertas dejan de ser puertas y hay que buscar formas creativas para usar los espacios y sobrevivir. En vez de personas había un gran hongo subiendo por las escaleras.
La escena generaba sentimientos encontrados: desolación, por fin la venganza de otras formas de vida por la imprudencia de las acciones humanas, curiosidad, y por sobre todo cundía el miedo de que apareciera “un infectado” y atacara a lxs protagonistas.
Después de escenas de luchas, corridas y muerte, finalmente los personajes llegan a la prometida “salida”: era una tabla de madera, tipo desfiladero, que unía la terraza del museo con la salida. Alivio, triunfo, expectativa de lo que vendrá.
Vuelvo entonces a la reflexión: quien guionó pensó en un museo. Alguien pensó que el salvoconducto puede ser un museo, un espacio de cultura, de patrimonio, de memoria. Es decir, nada está porque sí en una superproducción audiovisual. Me dejó pensando.
Los museos ¿podemos ser al menos el lugar por donde escapar?
Ante la desazón que provoca el momento que “de nuevo” estamos viviendo es mucho lo que nos cabe pensar. Políticas de derechas extremas, no sólo en nuestro país… No nos olvidemos de Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Paraguay, que actualmente atraviesan por gobiernos claramente de derecha y otros viven sus efectos, como Brasil tras el bolsonarismo. Esto si hablamos solamente de América Latina, ya que en Europa: Francia, Italia, Suiza, Eslovenia, Hungría, Polonia, también han optado por la extrema derecha. Y además muchos otros países han elegido una derecha moderada.
Están claros los desafíos que se vienen, y aun si el mundo terminara tomado por un hongo gigante puede ser que tal vez, capaz, a lo mejor las instituciones que se preocupan por los bienes culturales, el patrimonio, la educación, la ciencia, el arte y por sobre todo por la memoria, puedan ser esa maderita que nos lleve a algún lado.
Por eso mismo quisiera enumerar una serie de características del Museo que ya no podemos ser (fíjense que uso primera persona del plural), para fortalecernos, erigirnos y resistir el embate de la diestra siniestra.
Aquí presentaré prescripciones, indicaciones, que reúno de conversaciones con otras personas preocupadas por el mundo de los museos, resultado de preguntas que nos rodean. Sobre todo, para seguir “creando”. Es por esto que opto por enunciaciones en primera personal del plural:
- Hace tiempo que no podemos ser museos que solo propongamos la contemplación. Debemos ser museos de la acción, incluso en la contemplación, devolver el impulso vital, la provocación y la motivación de encuentro, de pisar territorios, de curiosidad por otros mundos, de replicar y comunicar esos encuentros.
- Los Museos no podemos desoír, invisibilizar o tapar el entorno del que formamos parte. No podemos pensar políticas museológicas despegadas de nuestros contextos. Esto es: planificar sin considerar lo que inquieta y acucia a las personas y seres en general que nos rodean. Es decir, debemos ser museos con capacidad de conmovernos, de escuchar, sensibles. Abandonar el temor de que somos quienes debemos “marcar la agenda”, debemos oír la agenda social: lo que duele, lo que se necesita, lo que divierte.
- No podemos pensarnos como instituciones portadoras de verdades, premisa que está presente en todos los intentos de renovación de las ciencias de museos. Sin embargo, nos encontramos muchas veces sosteniendo la pretensión de la narrativa de certezas del mundo social, vicio al que caemos disciplinas e instituciones que problematizamos el mundo social. Aquí es clave poder reconocernos como engranajes en la construcción ilusoria de verdades transitorias. Ahí es cuando aparece nuestra función legitimadora que sigue siendo innegable. Entonces debemos ser museos con capacidad de autocrítica y al mismo tiempo de visibilización de la diversidad de puntos de vista. No significa no poder tomar partido, si no, dar cuenta todo el tiempo del entramado, de la madeja que se enreda en la trastienda de lo que producimos. Decidimos exhibir tal cosa porque nuestra posición al respecto es ésta…, a sabiendas de que existen otras posiciones.
- Y de lo anterior se deriva otra premisa de lo que no podemos ser: no podemos desconocer/esconder nuestra historia institucional. Con la conciencia que tenemos en el presente de que somos activadorxs y gestorxs del patrimonio, por lo tanto, “inventorxs de la tradición” al decir de Eric Hobsbawn, es necesario alentar por la transparencia en las narrativas institucionales. Museos que problematizamos, reconocemos y develamos las instituciones que somos y de las que formamos parte. Es decir, dejar al descubierto las estrategias que montamos por construir relatos estabilizados y armónicos, donde todo parece privado de conflicto. Porque justamente en el conflicto es cuando se han dado los cambios de cimientos institucionales.
- No podemos ser un Museo que no proteja o rechace bienes culturales sobre los que nos demanden acciones de preservación. Independientemente de las políticas institucionales, nos debe inquietar la motivación de las personas al reconocer los museos como lugares de cobijo de bienes y experiencias que consideran museables. Lo mismo podríamos decir de otro tipo de demandas, que puede pasar que efectivamente estén fuera de nuestro alcance, pero incluso ahí nos corresponde indagar la relación que las personas establecen con los museos en sus aspiraciones, interpretaciones y consideraciones al respecto.
- No podemos ser un Museo que no articule. Podemos advertir en la última década que los museos son medios, no fines. Son medios para dar a conocer historias de vida, medios para reflexionar sobre las sociedades que somos, medios para preservar la memoria. En esas tareas de mediación nos corresponde promover articulaciones entre diferentes actores. En un contexto donde se enfatizan las grietas, las disociaciones y las soledades, debemos ser museos generadores de dispositivos que acerquen incluso para posibilitar el desacuerdo.
- En la conciencia del lugar marginal que ocupan las políticas culturales en el presente no podemos ser museos de la catarsis, ya no. Somos adultos y adultas que elegimos el contexto profesional y laboral en el ámbito de “la cultura” y sabemos el lugar periférico que ocupa en las agendas públicas Por supuesto compartimos perspectivas, y situaciones institucionales. Pero reconocernos en la marginalidad, nos obliga a dar cuenta de un trabajo profesionalizado, y consolidar espacios de formación. Ser Museos escuelas, como lo son los hospitales escuelas. Formar en la praxis y fortalecer los conocimientos desde las diferentes disciplinas relacionadas al mundo de los museos.
- De la mano de esto, no podemos pretender ocupar una centralidad política, que no ocupamos, porque justamente desde la periferia podemos ser reductos protectores, no sólo de bienes culturales, si no también de ideas innovadoras. En la inadvertencia de la importancia de los museos, como de tantas otras instituciones culturales, si bien quedamos sometidxs muchas veces al destrato y a la precariedad en términos de políticas públicas, debido a esto es que quizás podemos tener un margen de maniobra cuando la vigilancia censora arrecia.
- No podemos ser Museos ingenuos. No tendremos financiamientos a la altura de nuestras necesidades, proyectos y sueños. Cada vez más debemos competir por las mismas fuentes de financiamiento. Al menos en el contexto argentino, estos ámbitos existen por la fuerza, insistencia y amor de personas que nos convencemos de la importancia de la cultura como trama de sentidos que buscamos explicar y preservar. Sin miedo a perder las especificidades que nos hace supuestamente ser museos, animarnos a anticipar creativamente un futuro que sabemos construiremos a base de la articulación de esfuerzos, voluntades y recursos.
- No podemos ser Museos que sólo recitemos las virtudes de un posicionamiento decolonial. Es decir tal como plantea Eduardo Restrepo, reconocer la decolonialidad en la disciplina antropológica implica la afanosa tarea de “poner en evidencia los múltiples efectos de la operación de la colonialidad en toda su profundidad y extensión para tener en claro las fisuras y los límites desde las cuales se abrirían nuevas condiciones de conversabilidad que empujen a sus extremos los constreñimientos epistémicos, institucionales y subjetivos que están en juego en la disciplina”.
Debemos ser museos que gestionemos en políticas patrimoniales decolonialmente incluso poniendo en crisis nuestras premisas fundacionales que por supuesto entran en tensión con las acciones de descoleccionar, despatrimonializar y cogestionar. Acciones que nos son requeridas por muchos colectivos en estos tiempos justamente porque venimos aportando en una problematización sobre los sentidos hegemónicos de patrimonializar proponiendo la polisemia de esta categoría. Legitimar formas propias de musealizar: museos latinoamericanos, museos argentinos, museos cordobeses, museos de localidades, de colectivos, de barrios, de vivencias; sin pensarnos como malas copias del museo hegemónico.
De esta manera, seguramente podremos poner en valor el trabajo de cada trabajadorx de museos, y también ponderar las estrategias de lxs interlocutorxs que hacen nuestros museos. La sobrevivencia institucional y humana sólo podrá ser desde el cuidado colectivo.
Y seguramente así habrá alguien para poner esa tablita que “salve la vida”, que nos muestre la salida, cuando incluso los museos y todo lo que asociamos a esa forma de institucionalidad -arte, educación, ciencia, memoria, patrimonio- parezca no tener sentido.
(*)Texto: Fabiola Heredia. Directora del Museo de Antropologías.
Licenciada en Ciencia Política, Magister en Antropología, investigadora y docente en la Licenciatura en Antropología de la Facultad de Filosofía de la UNC.
(*)El texto fue expuesto el 25 de agosto de 2023, en Centro Cultural España Córdoba, en el panel “Inventar y transformar el museo: ejercicios de imaginación política para construir formas de estar en el mundo amables con la vida”, en el marco del encuentro y espacio de formación “Museo vital. El patrimonio vital de las personas en el museo” organizado por el Programa ACERCA de Cooperación Española
Fotos: Irina Morán – Área de Comunicación del Museo de Antropologías de la UNC.