El 28 de mayo por la mañana nos dejó Brenda Chignoli, después de una larga lucha contra varios padecimientos que nunca hicieron mella en su espíritu. A comienzos de este siglo inició su activismo por los derechos de las personas viviendo con VIH-sida y también por los derechos de los usuarios terapéuticos de cannabis. Con esa finalidad fundó el Movimiento Nacional Por la Normalización del Cannabis Manuel Belgrano y articuló redes que extendieron los alcances de la agrupación a distintas provincias del país. Participó como oradora en jornadas sobre esas temáticas, habló en audiencias públicas en el Congreso de la Nación y recibió diversos reconocimientos a su trabajo por parte del gobierno de la provincia y el municipio de Córdoba. Su imagen se distingue en las fotografías de activistas que forman parte de una muestra del Museo de Antropología.
Ayudó a gran cantidad de personas a ejercer su derecho a elegir sus tratamientos, y fundamentalmente las acompañó y asesoró en el uso medicinal del cannabis a partir de su experiencia y experticia. Con científicos y profesionales de la salud hablaba de los conocimientos de los «impacientes» -como ella los llamaba- y compartía generosamente todo lo que había aprendido al cultivar y producir su propia medicina. Desde hacía varios años se pronunciaba por el reconocimiento de la labor de los cultivadores y otros trabajadores cannábicos. En 2017 protagonizó un momento histórico de esa lucha cuando, luego de uno de los tantos allanamientos que padeciera, la Justicia Federal le devolvió los aceites que ella y un grupo de madres de Catamarca empleaban para mejorar la calidad de vida de sus hijos. Ese hito no solo permitió reconocer el potencial terapéutico de la planta, sino también visibilizar el proceso cooperativo de producción de esa fitoterapia, por el que Brenda abogó y peleó incansablemente.
Entre todas las batallas mencionadas, entendía al cannabis como emergente de una causa más amplia que tenía como ejes principales una salud pública de calidad con acceso igualitario a tratamientos alternativos además de los alopáticos, y el derecho al propio cuerpo, a la libertad de elegir la propia vida. En su trayectoria como activista -centrada en la planta de cannabis por conectar con esas otras dimensiones-, también apoyó incondicionalmente otras tantas movilizaciones como el acampe contra Monsanto y la lucha del pueblo palestino. Nunca se detuvo ante las injusticias, fue solidaria y siempre estuvo a disposición de todos los que necesitaran de ella.
En la última Marcha Mundial de la Marihuana encabezó la manifestación en medio de la llovizna, en silla de ruedas y con barbijo. Es que Brenda era una apasionada por la lucha política y por las plantas, la naturaleza. Se reconocía como trabajadora de la tierra, campesina y como una guerrera que trazaba su linaje hacia sus ancestros mapuches. Soñaba con vivir en el monte e investigar sobre las plantas que observaba en la zona donde se había instalado durante los últimos años. Era una apasionada de la defensa y la lucha por todo lo que consideraba bello, digno y justo. Ahora está en «el más acá del acá» como decía ella, cerca de todos los que la quisimos y tuvimos la suerte de encontrarla en nuestro camino.
Por Cecilia Díaz – Dra. en Antropología de la UNC
Fotos: Irina Morán – Área de Comunicación Museo de Antropología – UNC
(*) Retratos de las fotografías que integran la muestra “Negro sobre blanco, 200 años de racismo” del Colectivo Manifiesto, que se exhibe en el Museo de Antropología de la UNC.