Pieza del Mes de noviembre: Morteros

Los morteros son artefactos confeccionados a partir de rocas y compuestos por dos partes que funcionan en combinación: una “base” sobre la que acciona una “mano”. La molienda con morteros puede fabricar harinas, partir y descascarar granos y tubérculos secos, machacar hierbas, pulverizar condimentos o incluso ablandar carnes. Estos artefactos enseñan a asumir la encrucijada de toda alimentación: que algo debe morir para que la vida continúe, y que ese es el primer paso para una responsabilidad activa con respecto al mundo y a sus seres.

Toda la vida que conocemos está conectada con vidas previas, que tuvieron que ser deshechas para permitir que algo nuevo brotara. Cuando las nuevas vidas honran a sus predecesoras, todas se conectan entre sí, se sostienen en el tiempo y permiten imaginar futuros posibles. 

Esta es una idea poderosa, y la encontramos expresada en distintas comunidades andinas del norte de Argentina. Su expresión más concreta está en la cocina de todos los días: cotidianamente, plantas y animales deben morir para que pueda existir la comida de las personas. La culinaria andina es muy atenta y cuidadosa de estas transformaciones, entre las cuales existen algunas fundamentales, como aquellas propiciadas por los morteros.

Morteros

Los morteros son artefactos líticos (es decir, confeccionados a partir de rocas) compuestos por dos partes que funcionan en combinación: una “base” sobre la que acciona una “mano”. Los morteros pueden tener bases fijas, como las que aparecen en las rocas junto a los ríos, o móviles, como los que tenemos en la foto. En general, las bases móviles poseen una forma globular y una depresión interna donde se colocan las materias y sustancias a moler. Las manos, por su parte, son artefactos alargados, lo que permite tomarlas con firmeza para hacer presión sobre los materiales que están depositados en la oquedad. 

Los morteros (junto con otros objetos, como los molinos de mano o conanas) procesan y trituran distintos tipos de materias primas. La molienda puede fabricar harinas, partir y descascarar granos y tubérculos secos, pulverizar condimentos o incluso ablandar carnes. Los mismos procesos pueden estar orientados a la producción artesanal (trituración de arcillas, pigmentos), elaboración de medicinas (machacado de hierbas), o al consumo de plantas psicoactivas vinculadas a prácticas chamánicas (pulverización de semillas). 

Los estudios clásicos distinguían entre objetos “funcionales” y “rituales”: los primeros serían aquellos con objetivos prácticos relativos a la vida cotidiana, mientras que los segundos estarían asociados a actividades religiosas o chamánicas, de alto valor simbólico. Estas distinciones, sin embargo, no hacen justicia a la vida de la que estos objetos hacen parte. La arqueología y etnografía nos muestra, en cambio, que en las prácticas de los pueblos andinos confluyen de alguna manera todas estas dimensiones, al mismo tiempo.

Moliendas sagradas

Las actividades de molienda son las articulaciones fundamentales en los diferentes procesos que mencionamos, culinarios, artesanales, medicinales, chamánicos. Ellas permiten que materias y sustancias “enteras” pasen a estar deshechas, dejándolas listas para nuevos procesos, mezclas, combinaciones, cocciones, amasados. En el pensamiento andino, el paso de lo entero a lo deshecho, seguido de nuevas transformaciones, es lo que permite que unas vidas se articulen con otras.

En algunas lenguas indígenas de los Andes, como en el aymara, las palabras usadas para describir la molienda son las mismas que refieren a los procesos de muerte que hacen brotar nuevas vidas. La culinaria andina, como muchas otras culinarias indígenas, está atenta a este hecho y no lo pasa por alto, no lo esconde ni lo silencia. Entonces, desde su punto de vista, toda molienda es, al mismo tiempo, la actividad práctica que permite triturar los granos para hacer harinas y el proceso que articula vida y muerte. La alimentación cotidiana, la comida de todos los días es siempre producto de una molienda sagrada, conectada con fuerzas e ideas poderosas sobre los flujos de vida. Cada golpe de mortero recuerda esa transformación: muerte-vida-muerte-vida…

Resta decir que estas transformaciones también se encuentran en nuestras cocinas y comidas diarias, aunque de formas menos visibles. En general, delegamos los procesos que articulan muerte y vida a la industria alimenticia, de la cual preferimos conocer poco. En cambio, aquello que la culinaria andina y sus morteros nos enseñan es que asumir la encrucijada de toda alimentación -es decir, que algo debe morir para que mi vida continúe- es el primer paso para una responsabilidad activa con respecto al mundo y a sus seres. Aquello que expresamos al inicio de este texto como “honrar las vidas pasadas” no es sino una forma de atender a esta responsabilidad y a sus consecuencias para la sustentabilidad de un futuro común. 

Texto: Francisco Pazzarelli – IDACOR-Museo de Antropologías

Fotografía: Paloma Laguens – IDACOR – Reserva Patrimonial

Diseño: Florencia Bacchini – Área Comunicación

Producción General: Soledad Ochoa – Reserva Patrimonial – Eliana Piemonte – Área Comunicación

Asistencia de Producción: Camila Aimar –IDACOR –  Reserva Patrimonial – Agustín Ramírez –Reserva Patrimonial – Iara Angaroni – Área Recepción

Scroll al inicio