Andrés Robledo se doctoró de manera virtual en Ciencias Antropológicas, el 17 de abril de este año. En esta nota narra la experiencia de un largo largo recorrido académico y brinda detalles sobre su tema de investigación, centrado en el estudio del uso del fuego en las comunidades originarias del valle de Ongamira.
En abril de este año, Andrés Robledo defendió de manera virtual su tesis doctoral en Ciencias Antropológicas (FFyH-UNC) cuyo título fue: Arqueología en el valle de Ongamira (Deptos. de Ischilín y Totoral, Córdoba, Argentina). Paisajes y lugares de sociedades cazadoras recolectoras holocénicas, trabajodirigido por los antropólogos Roxana Cattáneo y Andrés Izeta. “Por supuesto no estaba en mis planes ni en los de nadie, que ésta fuese la manera de cerrar un ciclo que tomó cinco años, algunos nudos en la espalda y mucha paciencia de quienes me rodeaban”, comenta Robledo. “Todo se logró gracias al tribunal evaluador, a la Secretaría de Posgrado de la FFyH, a mis directorxs y muchas otras personas que fueron y son parte de este largo recorrido” afirma.
Andrés además de ser integrante del IDACOR -Área Científica del Museo de Antropología y docente de la Licenciatura en Antropología, fue el primer egresado de la casa en obtener el Doctorado en Ciencias Antropológicas tras haber egresado de la carrera de grado en la misma facultad. Es decir que completó su formación de grado y posgrado en Antropología en el ámbito local, tras diez años de la exitencia de ambas carreras. Lo que también muestra el proceso de consolidación de la disciplina localmente.
La tesis doctoral ya es parte de un proyecto de investigación en arqueología que se desarrolla en el valle de Ongamira –http://blogs.ffyh.unc.edu.ar/pad-ongamira/– donde desde el año 2010, junto a sus directorxs y un valioso equipo de compañeros y compañeras vinculados a su carrera, al Instituto de Antropología de Córdoba y al Museo de Antropología de la UNC, comenzaron a colaborar en la construcción del pasado arqueológico de este lugar.
Tras los rastros del fuego
Los estudios de licenciatura –transitados entre el 2010 y el 2014– me permitieron sentar las bases para estudiar las evidencias de usos del fuego por parte de los grupos humanos que en el pasado, habitaron el valle de Ongamira. Para mi tesis doctoral, busqué profundizar en estas investigaciones excavando nuevos sitios y analizando los contextos arqueológicos de cada lugar con evidencias de haber sido habitados. Así, mediante las investigaciones sobre los lugares, su relación con el paisaje y a partir de la cultura material recuperada, me pregunté sobre cómo fue la forma de vida de estas personas y su relación con el ambiente a lo largo del tiempo. Para ello, profundicé en las prácticas de uso del fuego por las personas en el pasado a partir del análisis de los residuos de combustión (lentes de ceniza y restos de fogones). Estudiando bajo microscopio los fragmentos de carbón pude determinar qué especies leñosas fueron seleccionadas por las personas en el pasado, reconociendo así que los grupos humanos utilizaron una alta variedad de leña recolectada en las cercanías de los aleros rocosos y algunas de valles cercanos. Los grupos que habitaron Ongamira en distintos momentos, realizaron fogatas de corta duración consiguiendo altas temperaturas con el fin de cocinar y procesar los alimentos, así como también, realizaron otras actividades como la manufactura de instrumentos en piedra.
A partir de estos estudios, y teniendo en cuenta la localización de los sitios en el valle serrano, se infirió la existencia de una red de lugares habitados en el tiempo que estuvieron conectados por las prácticas cotidianas de las personas, que mantuvieron una alta movilidad vinculando estos espacios con otras regiones de las sierras por cerca de 4000 años ininterrumpidos. Aún queda mucho por conocer e investigar, aunque es posible inferir que las personas utilizaron el fuego mientras real
izaban otras actividades, aprovechando los árboles y los recursos de los alrededores. Así como también, que la tecnología cerámica comenzó a utilizase alrededor de 2000 años atrás. Y aunque estos cambios produjeron transformaciones en la forma de alimentarse de las personas, ni las elecciones de leñas, ni la manera de hacer el fuego y de habitar los aleros tuvo grandes modificaciones para los momentos estudiados.
“¿Para quiénes estamos haciendo todo esto?”
Como en toda investigación en arqueología, aparecieron nuevas preguntas, surgieron nuevos interrogantes que deberán ser respondidas a futuro. Después de diez años de formación primero como en la Licenciatura y luego en el Doctorado en Ciencias Antropológicas, estoy contento de haber aportado algunos granos de arena (valga la doble referencia arqueológica) para ayudar a recuperar el pasado de las personas que habitaron la región estudiada. Confiar en nuestro trabajo resulta esencial para indagar y reflexionar sobre qué significa doctorarse y cómo ese proceso de estudio y prácticas realizan aportes a la sociedad. No sólo consiste en especializarse en una problemática antropológica sino también en un aprendizaje individual, en el marco de un contexto social que a la vez resulta tan particular en estos tiempos. Hoy, desde mi rol como docente en la Licenciatura de Antropología busco incorporar estas herramientas que permitan a las nuevas generaciones de antropólogxs profundizar sobre los distintos aspectos de la vida humana, sea del pasado o el presente.
No es nada nuevo para quienes ya han atravesado esta etapa, que las tesis de doctorado ocupan una parte importante de la vida. Se establece una relación tan íntima con el propio trabajo en proceso que muchas veces nos define y nos da identidad. Algunas veces la tesis cobra vida por sí misma, nos va dictando los tiempos, incluso impacta sobre la manera en que nos alimentamos y nos obliga a tomar conciencia de nuestro cuerpo que b
usca constantemente una nueva posición en la silla. Es un ente que al principio no tiene una forma concreta, salvo un índice con suerte, hasta que se van sumando las páginas mediante palabras y gráficos. Es una pregunta constante cuando te ven entrar a tu lugar de trabajo o a una reunión de amigxs. Es un tema que siempre queremos esquivar y sobre el que vamos construyendo argumentos y seguridades cuando nos reunimos con nuestrxs directorxs.
Pero también, es algo que se puede terminar y que nos permite explorar nuevos aspectos que nunca creíamos conocer de nosotrxs mismxs, de lxs que nos rodean y de quienes nos leen. Porque si hay algo que es necesario aclarar: las tesis no son para unx mismx. Puede ser común pensar que por ser un manuscrito que lleva el nombre de una sola persona se trata de algo individual, pero lo cierto es que las tesis, sean de doctorado o cualquier otro grado, son una acumulación de trabajos con otrxs. Por supuesto las palabras escritas son propias, pero cuando uno trabaja en un equipo de investigación, cuando su lugar de trabajo es en una institución, cuando su salida al campo es en una localidad, el entrecruzamiento de saberes, experiencias y sentidos van ayudando a moldear esa imagen que unx tiene de su trabajo y permiten escribir la tesis.
Es muy importante reconocer que unx no llega a estas instancias por sí mismx. Por suerte, en lo personal recibí ayuda no solo de colegas y miembros de mi familia, sino también de la gente que conocí durante mi trabajo de campo en Ongamira. Personas con las que entablé relaciones de confianza, de cariño y que el hablar con ellas me llevó a reflexionar sobre “¿Para quiénes estamos haciendo todo esto?”. Guardo en mi memoria los momentos en que pudimos contar sobre nuestro trabajo a las personas que viven actualmente allí, a los que van de paseo turístico o con deseos de escuchar y aprender. Espero continuar realizando aportes para la construcción del pasado, para abrir nuevas posibilidades sobre cómo entender nuestro presente y sentar las bases para el futuro de una sociedad más inclusiva y respetuosa.
Texto y fotos: Por Andrés Robledo
Doctor en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.